Camboya no era uno de mis destinos pendientes. Ni siquiera estaba en el cajón de los posibles. Sin embargo, un par de casualidades decisivas me llevaron al reino jemer en noviembre de 2023.
A finales de junio de ese año fui invitado al almuerzo con unos fotógrafos que participaban en el Festival de la Guitarra de Córdoba. El azar hizo que me sentara en la mesa junto a José María Mellado. En aquellas dos horas hablamos —él habló mucho más que yo— de fotografía y de viajes; me contó que acababa de llegar de Camboya, y que había visto unos templos perdidos que eran alucinantes…
Miré en su web y la masterclass que iba a impartir en Camboya era para personas con más nivel que yo, y además se salía de mi presupuesto. Pero a primeros de agosto encontré en internet a un grupo de fotógrafos franceses que se proponían hacer una ruta muy interesante y me admitieron ✌️
De Córdoba a Camboya, 13 y 14 de noviembre
Ya hubieran querido los primeros españoles que llegaron a la Cochinchina en el s. XVI viajar como yo. Conseguida la e-visa y hecha la maleta, solo me quedaba llegar a Barajas a media mañana del día 13 y subir en un Airbus 380-800, el avión comercial más grande del mundo. La aeronave, con capacidad para 853 pasajeros, en este vuelo de Emirates reservaba la planta superior a 1ª clase, con suites, SPA, etc. y solo volábamos en la planta baja unas 600 personas.
Sin turbulencias ni apenas ruido, dimos un pequeño rodeo para no sobrevolar Gaza y cuando quise acordar estábamos en Dubái. Di una caminata por la terminal para hacer ejercicio y curiosear en las tiendas, hasta el embarque hacia Bangkok. En Thailandia repetí el mismo ritual. Y por fin, la noche del día 14 aterricé en Nom Pen.
Sin esperas, me sellaron el pasaporte y un taxista me llevó al hotel Frangipani, donde me esperaba una pareja de fotógrafos del grupo. Noté el calor tropical y mucha humedad; caía además un buen chaparrón. En la terraza del hotel nos presentamos y en unos minutos me retiré a descansar; aunque había dormido en los vuelos, hacía 30 horas que no cogía una cama 🥱
Nom Pen, 15 de noviembre
Después del desayuno salí a dar una vuelta por los alrededores y a mediodía volví al hotel donde había quedado con el resto del grupo. Comimos en un local cercano y después fuimos al Museo Nacional. Estaba prohibido hacer fotos con cámara, así que tiramos de móvil. Más tarde paseamos por el entorno del Palacio Real y después cruzamos el río para subir a la terraza del hotel Sokha. Allí tomamos una cerveza y algunas fotos antes de que nos echaran «amablemente». Terminamos el día cenando en un restaurante agradable con música, danza y buena cerveza.
En ruta a Kompong Thom, 16 de noviembre (mañana)
Todos los días empezábamos a hacer fotos antes del amanecer. Después, volvíamos al hotel a desayunar tranquilamente, y en las horas centrales del día, con un sol de justicia y una luz poco favorable, hacíamos los desplazamientos, visitas a museos y otros interiores, comidas y comentarios de nuestras fotos. Por último, a la caída de la tarde, teníamos otra tirada, antes de la cena y el descanso.
Este jueves lo empezamos a unos metros del hotel, junto al Palacio Real. Antes de salir el sol, a las 5:30 a.m., muchos camboyanos todavía dormían en la calle o en los tuk tuks con los que se ganaban la vida. Los más madrugadores corrían o hacían ejercicios aeróbicos… Después de desayunar nos pusimos en ruta hacia la provincia de Kompong Thom, al norte de la capital. La primera parada fue en una escuela de danza clásica jemer, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Esta tradición estuvo prohibida en el periodo de los jemeres rojos, y sobrevive a duras penas gracias al turismo.
En ruta a Kompong Thom, 16 de noviembre (tarde)
Unos cuantos kilómetros después paramos en una venta de carretera, pero no compré nada, a pesar de la gran variedad de larvas e insectos que vendían. Nada más reemprender la marcha, la furgoneta que nos llevaba se averió. A pesar de los esfuerzos de un mecánico y del conductor, no parecía fácil repararla, así que tomamos un «transporte local», un carro agrícola tirado por una moto. Después de unos 40 o 50 km alquilamos varios tuk tuks que nos llevaron a Kompong Thom, donde llegamos a la hora de comer.
La tarde fue de paseos entre arrozales, viendo algunas labores, mientras esperábamos la puesta del sol. Cenamos en un buen restaurante y volvimos pronto al hotel para descansar, después de un día tan agitado 😴
Hacia Siem Riep, 17 de noviembre
A las 5:30 empezamos la faena paseando por una aldea cercana. Unos campesinos preparaban su desayuno, otros iban camino al trabajo y los niños aprovechaban para jugar un rato antes de ir al colegio. De vuelta al hotel —otro hotel con piscina que no podía disfrutar— nos pusieron un excelente desayuno. Los franceses bebían siempre café negro; yo era el «rarito» que le añadía leche 😏
Después de varias horas de carretera, llegamos al templo de Koh Ker, que hacía dos meses que se había inscrito en el Patrimonio de la Humanidad. En esta remota zona del norte de Camboya había más de 180 templos, algunos de ellos totalmente engullidos por la maleza. Y solo se podían visitar unos pocos que habían sido totalmente desminados. No existen palabras para describir tanta belleza ni la armonía que reinaba entre las ruinas y la feraz naturaleza. Allí me estrené con el «trépied» practicando con las tomas en HDR.
Llegamos a Siem Reap más tarde de lo previsto y fuimos a una cena espectáculo en el Teatro Apsara sin pasar por el hotel. Afortunadamente, teníamos reservada una mesa en el piso superior, donde cenamos cómodamente e hicimos todas las fotos que quisimos.
Sobre las 10 de la noche regresamos al hotel. Antes de dormir había que ducharse y organizar maleta y equipo, ya que la salida estaba prevista para las 6 de la mañana 😳
Siem Riep, 18 de noviembre
Con las primeras luces llegamos a Angkor Enterprise, un enorme despacho de acreditaciones para visitar el conjunto de templos. Angkor es la mayor construcción religiosa del planeta y uno de los recintos arqueológicos más interesantes. Empezamos la visita en la puerta norte, una de las cinco gopuras para entrar a Angkor Thom —la Gran Ciudad—. Pasamos por estructuras espectaculares, increíblemente solitarias a estas horas. Tenía que estar muy atento a las conversaciones de mis compañeros en un francés —mitad argot, mitad técnico— que me costaba trabajo seguir. Cuando aumentó la afluencia de visitantes, hacia las 10 de la mañana, ya estábamos de camino al restaurante local en el que almorzamos un cerdo a la brasa estupendo.
Por la tarde hicimos una ruta por el Parque Nacional de Phnom Kulen. Subimos unos 3 km hasta los 1000 lingas, y allí montamos los trípodes para fotografiar las esculturas semisumergidas en el río. Después, volvimos sobre nuestros pasos y nos desplazamos al templo Banteay Srei, del s. X, a punto de cerrar y casi sin visitantes.
Siem Riep, 19 de noviembre (mañana)
Otro madrugón. A las 5:30 ya estábamos sentados en las gradas del foso de Angkor Wat, para ver el amanecer. Hacía fresco; de hecho fue la única vez que me puse una sudadera en este viaje. Unas nubes inoportunas no nos dejaron ver la salida del sol, pero tiñeron el cielo con una paleta increíble. Tomamos algunas fotos cuando la muchedumbre empezaba a entrar y pronto nos marchamos al templo Ta Prohm, un monasterio budista del s. XII que albergó en tiempos a más de 12.000 personas. Allí la naturaleza había engullido muchos edificios y esta simbiosis creaba unas escenas impresionantes, que fuimos disfrutando y retratando. A media mañana volvimos a la ciudad, y yo aproveché un par de horas libres para curiosear en el antiguo mercado. Terminamos la primera etapa del día con una comida estupenda.
Siem Riep, 19 de noviembre (tarde)
Sobre las tres, llegamos al área del grandioso templo de Bayón, conocido por sus 54 torres y cerca de 200 enigmáticas caras sonrientes en piedra. Era imposible digerir tanta belleza, así que me puse a trabajar: hice algunos HDR y pronto empecé a interactuar con el público —principalmente camboyano— que aprovechaba la tarde dominical para conocer aquella maravilla, y empecé a hacerles retratos. A la puesta de sol, nos apostamos frente a una de las puertas del complejo, para tomar las últimas instantáneas.
De Siem Reap al lago Tonlé Sap, 20 de noviembre
Después de un sosegado desayuno, hacia las 9 de la mañana llegamos a la factoría de Artisans Angkor. Allí se replicaban las obras de arte deterioradas para su reposición en los yacimientos y también se fabricaban objetos para recuerdo, vestido y decoración. Eché un vistazo a la tienda pero los precios eran excesivamente altos 😳. Salí a dar una vuelta por aquel barrio. Charlé como pude con una familia que vivía en un pequeño local —les dije que en España también pasaba eso— y retraté a un vigilante que se cuadró a mi paso. Por último entré en una farmacia a comprar paracetamol y el dependiente me vendió un blíster suelto, sin caja.
Más tarde embarcamos para ir a nuestro nuevo alojamiento, en un pueblo sobre pilotes en la orilla del lago Tonlé Sap. La fonda era mejor de lo que esperaba: camas individuales con mosquitera y ventilador, ducha y retrete común, frigorífico bien surtido y unos caseros muy pendientes de nosotros. Comimos estupendamente y salimos en barca a conocer los alrededores. Me encantó poner pie en tierra —en este caso, en agua— y poder acercarme a los niños, reírme con ellos y fotografiarles la mejor de sus sonrisas.
A la caída de la tarde nos adentramos de nuevo en el lago, buscando palafitos singulares y gente que trabajaba o se desplazaba en sus barcazas.
Tonlé Sap, 21 de noviembre (mañana)
A las 6 de la mañana, nuestros vecinos, nuestro barrio lacustre, empezaba a despertar. Poco a poco todo empezaba a funcionar. Después de desayunar salimos a «pasear» por la calle principal del pueblo, ya que era la estación seca y el nivel de agua lo permitía. Nos dijeron que con las lluvias, el Tonlé Sap crecía más de 5 metros. Me lo pasé en grande con los niños, que se partían de la risa con mis mohínes. Finalizado el paseo, volvimos a la casa a recoger los equipajes y nos pusimos en ruta hasta la hora de comer y tomar un excelente café.
Banteay Chhmar, 21 de noviembre (tarde)
Llegamos al templo de Banteay Chhmar, en el noroeste de Camboya, sobre las tres de la tarde. Estos monumentos tan hermosos y aislados recibían poquísimas visitas; apenas coincidimos con tres jóvenes que se hacían fotos (y yo les seguí el juego). Recorrimos el templo a placer, sosegadamente. Era un lujo estar allí, sin bullas, sin prisas… Cuando se puso el sol fuimos a nuestro siguiente alojamiento. Era una granja, en la que se habían dispuesto algunas camas; había un baño muy rudimentario y poco más. La idea del grupo era que nuestro paso dejara recursos a las poblaciones rurales. Salimos a cenar a una casa de campo cercana. Nos amenizó la cena un grupo que interpretaba canciones tradicionales.
Banteay Chhmar, 22 de noviembre (mañana)
Bien temprano, nuestro casero había colocado sobre la mesa todos sus recuerdos de cuando en el colegio estudiaba francés: un libro y una completa colección de postales. Paseamos por el pueblo que iniciaba su jornada; yo procuraba interactuar con los campesinos… En una de las casas acababan de preparar una tanda de sopicaldos. Nos habíamos entretenido mucho y era la hora de desayunar, donde cenamos la noche anterior. Después, recogimos los equipajes en la casa y seguimos camino, parando a comer en un restaurante con «buenas prácticas de higiene».
Pursat, 22 de noviembre (tarde)
Llegamos a Pursat a media tarde, nos alojamos en el Pursat Riverside y salimos a visitar un monasterio budista. Desafortunadamente, todos los monjes estaban en la capital participando en un curso… Haciendo tiempo antes del atardecer, paramos en una fábrica callejera de fideos 😳. Después nos acercamos al río para hacer más fotos. Mis compañeros se aventuraron por unos arrozales; yo me quedé en el camino, disfrutando del paisaje sin arriesgar. Aquella noche cenamos en un restaurante estupendo.
Tonlé Sap, 23 de noviembre (mañana)
Muy temprano, nos acercamos al lago, para embarcar y visitar una ciudad flotante. Después desayunamos lo que pillamos en un bar de carretera y seguimos hasta nuestro siguiente hotel, dimos una vuelta por la ciudad y volvimos para comer.
Arrozales cerca del lago, 23 de noviembre (tarde)
Fue una tarde muy relajada, caminando entre arrozales y personas que cosechaban el cereal. A golpe de hoz iban haciendo y atando manojos de espigas, que después tendrían de secar. Campos infinitos, y a pesar de la fatiga, caras sonrientes, risotadas… Una de las fotógrafas del grupo repartió un paquete de globos entre los niños que nos íbamos encontrando. Al final de la tarde me subí en un tuk tuk para hacerme una foto. La puesta de sol, increíble. A pesar del agotamiento, me quedó fuerza para hacer las últimas tomas del día.
Arrozales cerca del lago, 24 de noviembre (mañana)
Antes del amanecer ya estábamos de nuevo en los arrozales. Más tarde tuvimos unas horas libres en la ciudad; yo me dediqué a hacer todos los retratos que pude, por las calles y en un mercado. A mediodía comimos en nuestro hotel, dejamos las habitaciones y salimos para la capital que quedaba a unos 100 km.
Nom Pen, 24 de noviembre (tarde)
De vuelta a la capital recorrimos el enorme mercado Orussey; yo buscaba alguna chapa o matrícula para mi colección, pero no encontré nada. Después nos acercamos a una feria, pero estaba muy cansado y había poco que fotografiar; eso sí, nos tomamos unas cervezas. Después fuimos a cenar al Khemer River House, donde almorzamos el primer día. La cena de despedida fue espectacular.
Nom Pen, 25 de noviembre
Era el último día en aquel paraíso fotográfico y no íbamos a quedarnos entre las sábanas. A las 5:30 ya estábamos en el muelle Sisowath, frente al Palacio Real, retratando el increíble ambiente. Después de desayunar tranquilamente en el Frangipani, volvimos al palacio, esta vez para visitarlo. Aunque había varios edificios en restauración y en otros no se podía fotografiar, me gustó bastante. Más tarde fuimos a comer a un restaurante excepcional, el Eleven One Kitchen. Entonces pude volver al Orussey, pero apenas quedaba una hora para salir hacia el aeropuerto, así que me quedé con uno de los fotógrafos del grupo, dando una vuelta por la manzana del hotel, retratando a diestro y siniestro, ya con el móvil.
Vuelta a casa, 25 y 26 de noviembre
Después de aquel periplo por Camboya —con más de 1000 km recorridos— era la hora de volver a casa. Hechas las despedidas (los franceses volaban a su país) los trámites de aduana y una vez embarcado, solo me dejé llevar… Sin embargo, este vuelo rutinario me dejaría aún dos momentos inolvidables. El primero fue que en algún punto de la ruta, y ya de noche, sobrevolamos una enorme tormenta, que nunca había visto antes desde allá arriba. El segundo fue encontrarme a mi amigo Javier —antiguo alumno del colegio de La Puebla de los Infantes— con quien charlé un buen rato; también me invitó a un café de los que servían en el piso de arriba en 1ª clase, que me supo a gloria.