Shanghai
Viajamos a China en julio de 1997. En pleno handover de Hong Kong, se celebraba el Visit China ’97 y fuimos parte de los siete millones de extranjeros que llegamos aquel año. Era la primera vez que viajábamos a Asia. Íbamos en un grupo organizado por Pullmantur que compramos en nuestra agencia de siempre, Viajes Palmasur. El vuelo con China Eastern fue interminable; después de varias escalas y 17 horas llegamos a Shanghai. Llevábamos un visado colectivo, y en el tránsito por el aeropuerto de Beijing le pedimos a un funcionario que nos estampara algún sello en el pasaporte, para certificar nuestro paso por allí.
En Shanghai hacía mucho calor y llovía. Nos llevaron al Templo del Buda de Jade y después al hotel. Por la tarde, en pleno jet lag, asistimos a un espectáculo de acrobacia; resistí al sueño porque estaba entusiasmado haciendo fotos.
Al día siguiente fuimos al jardín Yuyuan, entramos en algunas tiendas y paseamos por el Bund, el malecón del río Huangpu, y Nanjin Road hasta la noche.
El sábado 12 me levanté muy temprano y bajé de la mole del Lansheng a ver a la gente haciendo taichí. Ese día salimos de la ciudad para hacer una excursión al pueblo acuático de Zhouzhuang.
Hangzhou
Después de la mañana de excursión, fuimos a la estación a tomar un tren hacia Hangzhou, que contaba con una importante industria sedera. También allí se cultivaba el mejor té longjing y era un importante destino turístico por su Lago del Oeste (Patrimonio de la Humanidad desde 2011).
El domingo 13 tuvimos un guía excepcional: Wang Zhen Yu, experimentado profesor de español y persona sensible donde las haya. Después del lago, donde nos deleitó con poemas de Su Dongpo, visitamos la Pagoda de las Seis Armonías (Patrimonio de la Humanidad desde 2011) y el Templo del Alma Escondida. Aquella noche nos pasó de todo… La primera aventura fue cenar a la carta en el restaurante del Lily Hotel; no hablaban inglés y se nos ocurrió pedir una «span omelette» que en nada se parecía a nuestras tortillas.
Como era temprano, cogimos un taxi para ir al centro a buscar vida nocturna. En la enorme plaza, que estaba abarrotada por la tarde, no había un alma. Nos adentramos en un laberinto de calles —cada vez más estrechas— hasta que un jovencito nos señaló algo que parecía un parvulario y resultó ser… ¡un karaoke! Al fin acabamos en una sórdida discoteca tomando unas «San Miguel». Cuando le explicábamos a varios curiosos nuestro origen, naturalmente con señas y dibujos, nadie se enteraba. Por fin, un chico se llevó los índices a las sienes y girando la cabeza como un novillo dijo: «¡¡¡Ohhh SIBAAAAANIA!!!
Pero sin duda, lo mejor de Hangzhou, y probablemente del viaje a China, fueron las dos visitas de la mañana siguiente: un agradable paseo por la Colina Geling, en la que se reúnen jubilados para bailar, jugar o pasear sus pájaros, y el Zoo de Hangzhou, donde me dejaron entrar en la jaula de una panda y retratarme con ella.
Xi’an
El día 14 por la tarde volamos a Xi’an, y al día siguiente subimos a su muralla, la mejor conservada de toda China en sus 14 km de longitud y visitamos la Gran Pagoda del Ganso Salvaje. Pero la visita estrella de Xi’an fue a las terracotas de la dinastía Qin, Patrimonio de la Humanidad, descubiertas en 1974. Lamentablemente estaba prohibido hacer fotos, así que solo fotografié las piezas que había en el museo anexo.
Por la tarde recorrimos por libre media ciudad, buscando la «Gran Mezquita de Xi’an» que como era de esperar, estaba totalmente construída al estilo chino.
Beijing
Del vuelo a Beijing solo recuerdo que pasé casi todo el tiempo en el baño y que aterricé bastante desmejorado. En el hotel se desvivieron para conseguirme un yogur, cuya tapa todavía conservo. Calor sofocante y humedad insoportable nos acompañaron los tres días que estuvimos en la capital. La primera visita fue al precioso lamasterio Yonghegong, que me encantó. Sorprendente la estatua de Maitreya de 26 metros, hecha con un solo tronco de sándalo. Después fuimos a la Plaza de Tiananmén, enorme, y acabamos el día en el impresionanteTemplo del Cielo (Patrimonio de la Humanidad desde 1998).
El 17 de julio nos dirigimos a la Ciudad Prohibida. No hay palabras para definirla; era un enorme complejo palaciego inaccesible a la plebe, residencia de 24 emperadores Ming y Qing hasta Puyi, que abdicó en 1912. Por la tarde paseamos por el Palacio de Verano (Patrimonio de la Humanidad desde 1998), otro lujo para los sentidos. La jornada terminó con una cena a base de pato laqueado y una función de ópera china.
El viernes 18 fue nuestro último día en China. Nos llevaron a una factoría de cloisonné, y después visitamos las Tumbas Ming (Patrimonio de la Humanidad desde 2000) y la Gran Muralla en el sector de Badaling (también Patrimonio Mundial). La muralla que fue llamada de los 10.000 li (unos 5.000 km, aunque medía cuatro veces más) tenía unos desniveles impresionantes. A pesar de ello recorrimos un buen trecho. Por la noche, nos acercamos a Tiananmén y después recorrimos media ciudad persiguiendo una enorme que se veía muy, muy a lo lejos… y es que estábamos hasta arriba de comida local; pues resultó que las hamburguesas de McDonald’s también estaban hechas al gusto chino.
Este fue el álbum que monté con las fotos
Epílogo
Volví a China en agosto de 2018 haciendo escala en mi viaje a Corea del Norte. Beijing ya no era la ciudad provinciana tomada por millones de bicicletas sino otra monstruosa urbe llena de rascacielos y ruído, mucho ruído. Aunque mi estancia en el Novotel Xin Qiao fue básicamente para dormir, también di algunos paseos a la cercana Tiananmén, la plaza de la Paz Celestial.