¿Te vienes a Laos? Seguro que te suena de algo este país del sudeste asiático, y si te gusta viajar hasta es posible que lo hayas considerado… Yo he tenido la suerte de visitarlo hace unas semanas y antes de que me falle la memoria he montado esta página para compartirla en internet.
No vas a ver una exposición fotográfica; sería imposible seleccionar 20 o 30 imágenes de las casi 800 que he publicado. Tampoco pretendo que parezca un libro —no soy tan bueno como para eso—, ni te servirá como guía de viaje, que las hay estupendas. Con estas fotos, vídeos y textos solo pretendo narrar y compartir una historia, y la web es el formato en el que me encuentro más cómodo para hacerlo.
Te invito a navegar —en el más amplio sentido— por la página; puedes hacerlo desde el móvil, aunque te recomiendo que la veas en un ordenador, y a ser posible, a pantalla completa (pulsando F11). Cuando acabes cada fragmento de texto puedes abrir las galerías y moverte por ellas con los cursores (← y →). Espero que disfrutes con esta experiencia tanto como yo.

¿Por qué Laos?
Mi viaje a Laos en octubre de 2024, como el de noviembre del año anterior a Camboya, fue fruto de una casualidad. A primeros de septiembre estaba revisando algunos enlaces que tenía guardados, cuando me encontré con la página de Tarannà y su expedición al Festival Bun Ok Phansa, organizada por Quim Dasquens. Inmediatamente le llamé por teléfono y en aquella primera conversación descubrí la sintonía que había entre ese viaje y mis expectativas, y presentí lo mucho que podía disfrutar y aprender… así que, sin pensarlo dos veces, reservé una plaza.

De Córdoba a Vientiane, 9 y 10 de octubre
Para esta ocasión, el vuelo más cómodo y económico que encontré salía desde Málaga —a la vez que evitaba el caos ferroviario de Madrid—. El miércoles a media mañana cogí un AVE y el cercanías, así que en un plis plas estaba embarcando en Málaga hacia Estambul. Allí me encontré con Quim y otras tres personas del grupo; juntos seguimos hasta Bangkok. Después de recoger y volver a facturar las maletas, volamos a Vientiane. En el aeropuerto nos sellaron el pasaporte y compré una SIM local muy barata. Después, Souksavanh —nuestro guía— nos llevó al hotel, donde ya estaban las dos parejas que habían llegado por otra ruta; por fin caí rendido después de más de 30 horas de viaje.











Vientiane, 11 de octubre
Después de un sueño —tan corto como reparador— a las 5:15 ya estábamos las nueve personas del grupo en la calle buscando a los monjes que cada madrugada salían a mendigar su ración. Desafortunadamente era un día muy especial: se celebraba en la capital un encuentro de países de Asia oriental y la policía había «limpiado» la zona. Apenas vimos algunas personas y de monjes solo nos cruzamos con un puñado. Nos amaneció dando un paseo por la orilla del Mekong, que hacía de frontera con Tailandia; también hicimos algunas fotos en el Wat Chan, un templo que estaba frente al hotel.
Primeros templos…
Después del desayuno empezamos nuestro recorrido fotográfico. En primer lugar visitamos el Si Saket, único templo que sobrevivió a la invasión siamesa del s. XIX; en su interior se exponían unas 6000 figuras de Buda. A continuación entramos en el Ho Phra Kaeo, templo del s. XVI que albergó al Buda de Esmeralda por 200 años, hasta que fue llevado a Siam en 1779. El tercer templo fue el Si Muang, el más activo de la ciudad. Allí me pusieron la primera pulserita de hilo.
… y primeras reflexiones
Más tarde fuimos al centro de visitas del COPE —Cooperative Orthotic and Prosthetic Enterprise— un museo memorial sobre los injustificables daños a la población civil que produjeron (y producen todavía) los bombardeos indiscriminados, desde 1964 hasta 1973. Laos era un país neutral, sin embargo, durante la guerra de Vietnam fue golpeado sin clemencia.
Bombardeos en Laos (1964-1973)
Laos fue el país más bombardeado del planeta. En total, EE. UU. lanzó dos millones de toneladas de explosivos sobre Laos, entre ellos 270 millones de bombas de racimo, contenedores de unas 670 minas antipersona cada una. Se calcula que 80 millones de submuniciones no explotaron pero siguen activas. Al menos 50.000 civiles murieron durante la guerra como consecuencia de los bombardeos aéreos y otros 20.000 han muerto o quedaron mutilados desde el final de la guerra, a causa de las bombas sin explotar.
Seguidamente fuimos al Patuxai, el arco de triunfo de Vientiane y terminamos las visitas en el Pha That Luang, la gran estupa y símbolo nacional de Laos. Comimos en el Parque Buda y por la tarde viajamos en furgoneta hasta Vang Vieng.
Vang Vieng
Llegamos de noche a Vang Vieng; de hecho, en el trópico todos los amaneceres son a las 6:00 y todos los ocasos a las 18:00, con pocas variaciones. Antes de la cena degustación, me di un baño en la espectacular piscina.



Vang Vieng, 12 de octubre (mañana)
Amaneció un día precioso en la capital del turismo mochilero de Laos. En el impresionante entorno kárstico y en el río Nam Song, se practicaban toda clase de deportes de aventura —de locura, diría yo— ya que la estrella era el tubing, un descenso libre por el río en flotadores.
Empezamos por cruzar el Nam Song en una barcaza (el puente que había se lo llevaron las últimas riadas) para subir a la cueva Tham Jang. A la salida servían pinchitos de larvas de picudo rojo; no era todavía la hora del aperitivo, así que decliné la invitación 😉.
Más tarde fuimos a cambiar algún dinero: 100 dólares equivalían a 2.200.000 kips, así que fui millonario por unos días 😂. Después seguimos hacia la cueva del elefante, que era poco más grande que un abrigo rocoso. Y al final llegamos a Tham Nam, la cueva del agua. El nivel del río estaba muy alto y solo se podía entrar con flotadores; no nos pareció interesante fotográficamente y decidimos comer (lo mismo de siempre) en el restaurante. A esa hora felicité a Pilar, que se despertaba el día de su santo en España ❤️.
Vang Vieng, 12 de octubre (tarde)
Sigiendo con el programa, por la tarde caminamos hasta Tham Phu Kham, una cueva menos turística, en la que había algunos hongos y «bichitos». En el paseo de vuelta hacia el río, atravesamos arrozales, cambiando sonrisas por fotos a los lugareños. Para acabar la aventura, hicimos el descenso hasta Vang Vieng en canoa, entre kayaks y jóvenes haciendo tubing. Ya de noche salimos para cenar en un chiringuito local 😋.
En camino a Nong Khiao, 13 de octubre
Al amanecer, Quim y yo salimos a inspeccionar el destartalado puente que había junto al hotel; justo detrás, estaban construyendo un horrible edificio que rompía todo el encanto del lugar. Además se notaba que era domingo; aún así pude fotografiar a algunos motoristas.
El ferrocarril de Laos
Después del desayuno fuimos a la nueva estación de Vang Vieng; esta línea era obra del vecino del norte —China— que se afianzaba como potencia dominante en la región. Desde Muang Xai seguimos en furgoneta un buen trecho, paramos a comer y a la caída de la tarde llegamos por fin a Nong Khiao.
Al llegar a Nong Khiao la mayoría del grupo decidió subir a un mirador para fotografiar la panorámica. Yo preferí patear la ciudad, cámara en mano…
Nong Khiao (I)
Primeramente entré en un monasterio. No me costó hacerme amigo de aquellos pequeños monjes que se afanaban en limpiar los suelos y preparar sus nagas para la fiesta que se avecinaba. Después, a lo largo de la calle principal, me acercaba despacio a la gente, mostraba interés por lo que hacían y empezaba lentamente a hacer fotos. A continuación se las enseñaba en la pantalla de la cámara y siempre acababa gesticulando con una sonrisa y un nop, uniendo mis manos en el pecho e inclinando la cabeza, a la vez que les decía «sabaidee». Seguí mi ruta retratando a un barbero, una peluquera y unos jóvenes que jugaban al sepak takraw.
Nong Khiao (II)
Poco después estaba «charlando» con una señora cuando llegó una motocicleta con una niña y su madre (o hermana). Venía haciéndome mohínes y yo le seguí el juego, con muecas y le tiré varias fotos. A unos metros otra señora vendía verduras y un señor mutilado me impresionó. Se empeñaba en esconder el cigarrillo cuando le iba a hacer la foto, pero insistí en que lo dejara a la vista y salió fumando… ¡qué larga historia tendría ese hombre y yo apenas me llevaba para casa su sonrisa! 🤔.
Nong Khiao (y III)
Seguí por la calle y me topé con una chica que tejía bufandas; le compré una y aproveché para entrar en su casa y su patio. Estaba oscureciendo cuando me volví hacia el punto de encuentro. Iba contento, con una buena dosis de la esencia de Laos y de su gente.










Tuvimos que coger otra barcaza para llegar a nuestro resort. Cenamos y yo me di un buen baño en la piscina, antes de caer rendido en el bugaló.
En ruta a una aldea khmu, 14 de octubre
Con las primeras luces me asomé a la terraza de la habitación: una densa niebla cubría las montañas, así que no salí a hacer fotos con mis compañeros; además necesitaba organizar mi maleta y mi equipo antes de desayunar. En los jardines del hotel había muchísimas flores e insectos, pero teníamos que embarcarnos y navegar por el río Nam U hasta el territorio khmu.
La primera aldea que visitamos era apenas una calle terriza; en casi todas las casas vendían textiles y algunos recuerdos. Había pocos hombres —estarían en los arrozales o en otras faenas— y las mujeres tejían o pelaban verduras. Los pequeños jugaban muy serios, sin dejar de observarnos. Después de un largo paseo de ida y vuelta volvimos a embarcarnos para ir a comer.
Tarde de baño
Por la tarde llegamos a la aldea en la que nos quedaríamos a dormir. Nuestra cabaña solo tenía un porche cubierto y varias habitaciones; también un pequeño retrete turco. Cogimos los bañadores y salimos rápidamente hacia unas cataratas. Caminamos alrededor de 3 km entre arrozales, cruzándonos con lugareños que llevaban pesadas cargas. Subimos después por el cauce del río y empezamos a ver piletas. Yo me hubiera metido en la primera, hacía calor y una humedad irrespirable, pero valió la pena llegar a la última cascada. Nos dimos un enorme remojón —esa fue la ducha del día— y regresamos a la aldea. Por el camino y ya de noche nos cayó el único chaparrón de todo el viaje ✌️.
La cena estuvo bastante bien: sopa, una variedad de calabaza rehogada y arroz, acompañados de lao-lao, un aguardiente local que solo probé; me apetecía más una Beerlao 🍺. Después de un día tan ajetreado, dormí casi del tirón en la «triple de chicos».
Amanecer del 15 de octubre
El amanecer es un momento mágico en las aldeas. La actividad empieza muy temprano y son sobre todo los niños, todavía medio dormidos, quienes bullen, pasean o juegan en esas horas previas a la jornada escolar. Aquel amanecer fue encantador y disfruté tanto o más que los aldeanos. Las imágenes que tomé son el mejor relato de aquellos momentos.
Hacia Luang Prabang, 15 de octubre
Después del desayuno navegamos de vuelta a Nong Khiao y seguimos en furgoneta hasta Pak U, donde confluían los ríos Nam Ou y Mekong. Echamos gasolina (a un euro el litro, aproximadamente) y visitamos el vistoso templo local. Allí un monje me colocó la segunda pulserita —que llevaré hasta que se caiga— y después visitamos una destilería artesana de lao-lao y otros licores «con tropezón» 😂.
Era la hora de comer y lo hicimos en el Manivanh, un restaurante con vistas, en el que aproveché para secar mi bañador. Por cierto, pedí búfalo y estaba bastante duro de roer 😅.
Pak U
Después de la comida, con otra barca cruzamos el Mekong para llegar a las cuevas de Pak U, donde se guardaban miles de imágenes de Buda para protegerlas en tiempos de guerra.
Finalmente, después de hora y media más de navegación por el Mekong, llegamos a Luang Prabang. Nos alojamos en el Parasol Blanc, y en la ducha me di dos o tres jabones; me sentía tan a gusto que hice un selfi para mandárselo a Pilar. Me pedí en la cena pasta al pesto (para variar) y después dormí como un lirón.







Luang Prabang, 16 de octubre
Desde 1995, el centro histórico de Luang Prabang estaba inscrito en la lista del Patrimonio de la Humanidad. Y a las 5 de la madrugada de este miércoles —como todos los días del año— ya estaba montada la infraestructura para que los turistas (mayoritaria y ruidosamente chinos) ofrecieran sus donativos a los monjes mendicantes. A nosotros esta salida nos sirvió para ubicarnos en la ciudad y como práctica para los días siguientes, que se esperaban masificados.
El tak bat
En la ceremonia del tak bat los fieles entregaban a los monjes puñados de arroz cocido y alimentos envasados; cuando sus ollas rebosaban, los monjes sacaban lo menos apetecible y lo depositaban en unos grandes cubos «para los más pobres». Después de ver las ofrendas en la calle principal, Quim nos llevó a otras calles cercanas —sin turistas— en las que los locales entregaban sus donativos.
Cuando acabaron las ofrendas subimos a nuestro tuctuc y volvimos al Parasol para desayunar. Como en otros hoteles de Laos se notaba la herencia francesa: había surtido de quesos y crujientes baguettes 😋.
De templos y museos
Después comenzamos las visitas (pasando por unas callejuelas que también eran mercado) por el templo Phonxay que se preparaba para la fiesta. Seguimos por el Wat Mai Suwannaphumaham, tal vez el templo más importante de la ciudad. A continuación entramos en el Museo Nacional, que fue palacio real en la época colonial. Tuvimos que dejar mochilas, cámaras y móviles en una taquilla; no se permitían fotos. El palacio no era para tirar cohetes, además de que estaba repleto de chinos [maleducados].
Finalmente nos dirigimos al Pa Huak donde vimos algunos ritos y rezos. Desde allí subimos unos cientos de escalones para tener una vista privilegiada de Luang Prabang, y al bajar fuimos directamente a un restaurante encantador en la orilla del Mekong.
Más templos
Después de comer seguimos nuestra ruta por los templos, que estos días rebosaban de actividad. Empezamos yendo al más querido por los fieles de Luang Prabang —Wat Visoun— donde estuvo hasta 2013 el Buda dorado que daba nombre a la ciudad, el Phra Bang. Casualmente pude asistir a la cosagración de una figura de Buda, un ritual que nunca había visto. Estuvimos un buen rato deambulando por el recinto, interactuando con los monjes, que hasta nos dejaron golpear el gong.
Bajamos más tarde a las riberas del Mekong para buscar ubicaciones que nos permitieran tomar buenas fotos del festival y volvimos al Xieng Thong en la hora azul. Grupos locales, parejas y jovencitas se hacían —y se dejaban hacer por nosotros— fotos, aprovechando la vistosidad de los templos.
Noche mágica
A partir de las 6:00, ya de noche, todo fue un no parar, de templo en templo, tirando fotos como posesos. Y es que lo que teníamos ante nuestros ojos era todo un espectáculo y no sabíamos donde acudir. Después de casi dos horas disfrutando en ese paraíso fotográfico, buscamos un restaurante para cenar (me pedí una tempura que estaba de lujo) y volvimos al hotel que también se había engalanado.
Luang Prabang, 17 de octubre
La segunda jornada madrugamos algo menos; llegamos al centro a las 5:30 y ya estaban preparados los banquitos y alimentos para las ofrendas. Para los turistas era un día más, pero para la población local era el final de la «cuaresma» budista, y en las calles adyacentes esperaban con sus mejores galas a las hileras de novicios. También había muchas familias desfavorecidas que esperaban recibir algún sobrante. Finalizado el desfile, como cualquier otro dia del año, las trabajadoras recogieron los taburetes y las canastillas, los monjes empezaron su comida y nosotros volvimos a nuestro hotel para desayunar. Por los jardines que rodeaban el comedor siempre íbamos mirando hacia arriba, ya que la caída de un coco de varios kilos podía fastidiarnos el viaje 😯.
Un día de descanso
Este segundo día se esperaba más relajado; siendo festivo, casi todo estaba cerrado y la población ultimaba los preparativos del festival. Fuimos a ver una fábrica de seda y de papel saa, hecho con corteza de morera. Una encargada nos atendió y nos mostró la manufactura. Después visitamos a un tallador que no trabajaba porque le habían operado un brazo, pero nos enseñó su taller y sus herramientas. Le compré un pequeño Buda recostado. Llegando a la siguiente visita (una fábrica de textiles de cáñamo) surgió la posiblidad de visitar en otra localidad un centro de recuperación de elefantes maltratados. Como ya había evisitado un orfanato en Sri Lanka, preferí quedarme en la ciudad.
Visité varios templos en los que preparaban las «procesiones», le mandé una postal a mi sobrina Alba (le llegó 20 días después 😅) y encontré en un mercado (que estaba casi todo cerrado) a un sastre que vendía una seda artesanal a muy buen precio. Para terminar mi paseo, comí frente al Wat May una salchicha que me supo a gloria.
A la luz de los farolillos
Volví al hotel con la idea de relajarme un rato en la piscina, pero ya estaban de vuelta mis compañeros, así que preparamos equipo y cogimos un tuctuc. Cruzamos el mercado nocturno y nos perdimos entre los monjes con sus rezos o alumbrando farolillos y los laosianos, deseosos de hacerse fotos y de que se las hiciésemos…
Luang Prabang, 18 de octubre
El día más grande del Festival Bun Ok Phansa empezó como todos los del año, con el tak bat a las 6 de la mañana. Había muchísimos turistas y se habían habilitado los patios de un colegio para alargar el recorrido. El silencio solo se rompía por los gritos de las organizadoras cuando alguien (normalmente chino) se cruzaba o estorbaba. Gracias a las indicaciones de Quim y a mi prudencia, pude hacer todas las fotos que quería y no me gané ninguna reprimenda 😉.















Cascadas y mariposas
Aquella mañana fuimos a la catarata Kuang Si, un sitio muy agradable para pasear, descansar o bañarse, a pesar de que había mucho público. El parque era también centro de recuperación de osos maltratados. Cuando íbamos bajando hacia la salida, varias mariposas se posaron en nuestras manos, tal vez atraídas por el sudor, que parecían chupar. La sensación era casi imperceptible. También a una de ellas le gustó mi tobillo. Y otras mariposas blancas que no se nos acercaban, revoloteaban sobre una zona húmeda y les hice una toma en cámara lenta😍.
Los hmong
Antes de comer en en Viewpoint Café, sitio exclusivo a orillas del Mekong, visitamos un poblado hmong. Nos mostraron sus bailes y su artesanía, algo diferenciada de lo que veníamos viendo por todo Laos.
El desfile de día
Después de un breve descanso nos acercamos al centro de la ciudad, donde se preparaba el gran desfile. Varias decenas de nagas se iban incorporando a Sisavangvong Road, la calle principal. Diferentes etnias y colectivos animaban el ambiente con músicas y cánticos… Aquello me recordaba a una semana santa. Tuvimos que coger sitio en una acera, ya que cada vez había más personas y menos espacio 😳.


























El desfile de noche
La noche cayó rápidamente y las velas encendidas de las serpientes mitológicas eran casi la única fuente de luz. En el desfile todo era jolgorio, a fin de cuentas se celebraba el final de la temporada de lluvias. Me metí en medio del bullicio y empecé a sonreír y a disparar…
Fin de la fiesta en el Mekong
Al final del recorrido las nagas eran bajadas por unas empinadas escaleras hasta un embarcadero. Allí se montaban los armatostes sobre unas plataformas flotantes y se remolcaban hasta el centro del Mekong para que la corriente las arrastrara. Los fieles bajaban por distintas escaleras a la orilla y dejaban en el río sus ofrendas —hua fai— hechas con rodajas de banano, hojas y velitas. Había hombres y niños en el agua que a cambio de una propina se encargaban de esta tarea. Los fotógrafos echamos allí el resto, luchando contra la arena, el enorme desnivel y la oscuridad, para hacer algunas fotos sin caer al Mekong ni perder nuestro equipo.
Cuando acabamos nuestro trabajo nos dimos un homenaje en The Belle Rive Terrace, que fue el broche de oro de un día que nunca olvidademos.
Luang Prabang, 19 de octubre
Antes de irnos al aeropuerto dimos una vuelta por uno de los mercados callejeros de Luang Prabang. Aunque ya había guardado mi equipo fotográfico, saqué la X-A5 y le puse el 16 mm que tanto juego me había dado en el viaje. No hice fotos memorables, pero aprendí bastante de la gastronomía y los hábitos culinarios de la zona.
La vuelta a casa, 19 y 20 de octubre
El regreso comenzó con un corto vuelo desde Luang Prabang al aeropuerto pequeño de Bangkok, donde me sellaron el pasaporte —¡con un permiso de residencia hasta diciembre! Tuvimos que cruzar toda la ciudad en una lanzadera para llegar al nuevo aeropuerto, Suvarnabhumi. Allí hicimos una cena ligera (yo me pedí un pad thai goong que estaba buenísimo) y nos despedimos, ya que tomábamos distintos vuelos a España. En la tirada larga (Bangkok-Estambul) tuve suerte y el asiento a mi lado estaba vacío, así que me pude estirar y dormí casi todo el trayecto. De allí a Málaga, fue un saltito. Cuando llegué, el mediodía del domingo, lo primero que hice fue tomarme un aperitivo y una hora después estaba ya comiendo en casa 😋.
Datos técnicos
Empecé este reportaje usando la Fujifilm X-T3 y el Fujinon 16-80, pero terminé con mi pequeño 16/2.8 (en la práctica un 24mm que permite recortes) y mi robusto 80/2.8 (un 120mm insuperable como retratero). También tiré con el móvil —el viejo iPhone SE— en alguna ocasión, sobre todo en las panorámicas y vídeos. No llegué a sacar de la mochila el trípode, y es que no hice ningún HDR y las «sedas» todavía me salen bien a pulso. Se me olvidó llevar los filtros ND y polarizador 😢. Y como siempre tiré en JPG+RAW aunque solo he usado para la web dos archivos RAF: los del niño en el Mekong, cuyo fantástico revelado es obra de Quim Dascens, que ya quisiera yo 😉. Los JPG que has visto los procesé con Adobe Photoshop 2025 y el antigo plugin Viveza de Nik. Si quieres saber algo más, pregúntame.