Madagascar

Pilar y yo recorrimos en agosto de 2017 el sur de Madagascar, a nuestro aire. Toda una prueba de resistencia prevista para quince días, que acabaron siendo diecinueve. En total fueron unos de 2.500 km por la RN7 y otras «carreteras», descubriendo  los baobabs,  algunos parques nacionales, el tren de Fianarantsoa a Manakara (que tardó 15 horas en hacer 160 km), el país Zafimaniry… Y sobre todo, la gente que se buscaba la vida de mil maneras y los niños, que merecían un futuro mejor.

Esta aventura fue posible gracias a nuestro conductor francófono Todd Rasolofonihaina que nos llevó y cuidó en todo momento y a Hery de Tsiky Tours, a la que había conocido en FITUR tiempo atrás, que se encargó de las reservas en la ruta que le diseñé.

Volamos el día 14 de Málaga a París, y desde allí a Antanarivo, la capital de la isla. Hicimos los trámites del visado, y pasamos la primera noche en Les Trois Métis, casa de la época colonial con un restaurante superbe!

En ruta, 15 de agosto

Por la mañana, después de ver una panorámica de la capital desde el Rova —complejo palaciego de los siglos XVII y XVIII— salimos para Antsirabe con parada técnica en Ambatolampy. Allí se dedicaban a reciclar alumnio, haciendo ollas y figuritas de modo totalmente artesanal. Pasamos la segunda noche en Antsirabe, en Les Chambres du Voyageur, otra joya de hotel.

En ruta, 16 de agosto

Temprano partimos para la costa; nos separaban 500 km de Morondava. Por el camino —y en general, por toda la isla— vimos muchos campesinos que recorrían largas distancias a pie, buscadores de oro, vistosas tumbas y ceremonias famadihana. Consistían en recuperar los cuerpos de los ancestros difuntos para envolverlos en un nuevo sudario, durante un reencuentro de familiares que se celebraba durante varios días con comidas y bailes.

Después de un pinchazo inoportuno que pudimos reparar en un taller, llegamos a Miandrivazo, donde hacía mucho calor aunque allí era invierno. No pudimos entrar en el único bar decente que había, porque llevábamos jamón en el equipaje y era un musulmán muy estricto. Así que echamos mano de nuestro picnic.  En varias ocasiones nos alegramos de  llevar el fondo de maleta lleno de loncheados y otros víveres 😋.

Oscureciendo empezamos a ver las siluetas de los enormes baobabs, señal de que estábamos llegando a Morondava. Nos alojamos en una cabaña del Chez Maggie, que tenía una cocina espectacular. La THB (Three Horses Beer) era muy suave y en todas partes la servían muy fría.

Morondava, 17 de agosto

Pasamos la mañana paseando por la playa y el puerto. Después de comer, fuimos en busca de los baobabs. Por una interminable pista, llegamos al Baobab Sagrado y después al Baobab Enamorado: dos ejemplares que habían crecido entrelazados. Por último, pasamos unas horas en la Alée des Baobabs.  La recorrimos una y otra vez, y fuimos tomando posiciones para disfrutar uno de los ocasos más bellos del planeta.

En ruta, 18 de agosto

Después de dasayunar, salimos temprano para volver a Antisarabe. Mientras Todd compraba agua, hice un par de fotos del ambiente mañanero de Morondava. En los 500 km de camino seguimos descubriendo la dura vida de los campesinos malgaches. Si era difícil preparar el terreno y hacer las terrazas para cultivar el arroz, unas veces con la ayuda de cebús y otras a brazo partido, no lo era menos el repicado del arroz (trabajo reservado a las mujeres). Llegamos casi de noche a Les Chambres, donde cenamos cebú con verduritas.

De Antoetra a Ambositra, 19 de agosto

Muy temprano pusimos rumbo al País Zafimaniry. Esta minoría, de unas 25.000 personas, habitaba una zona boscosa en el centro de la isla y su habilidad trabajando la madera había recibido el reconocimiento de la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Paseamos por Antoetra acompañados por un guía local, que nos llevó a visitar al jefe del poblado, un anciano muy agradable al que entregamos un donativo y algunos lápices para la escuela. Debíamos haber traído muchos más, ya que por todas partes veíamos niños que nos llaman «vaza, vaza» (extranjero) esperando una sonrisa y si podía ser, algo más.

En Ambositra visitamos la tienda de Víctor, L’Artisan, que nos alojaría aquella noche. Allí trabajan la marquetería sin demasiada tecnología. En el Hotel L’Artisan estuvimos en una casita de dos plantas con balcón, a dos pasos del restaurante donde disfrutamos de la música de valiha y guitarra de un dúo.

De Ambositra a Ranomafana, 20 de agosto

Era domingo y nos despertaron unas campanas a las 5 de la mañana. Al pasar por la explanada donde se celebraba la misa vimos que acaba de terminar la celebración y nos asomamos al interior. La gente salía feliz, se hacían fotos junto a una estatua de la Virgen o curioseaban por los puestecillos. En la carretera, se notaba que era día de precepto, ya que muchas personas iban con una vestimenta especial.

En Ranomafana, nos alojamos en el Centrest, un hotel con unos lagartos tan grandes como esquivos. Fuimos al balneario de aguas termales y a la piscina pública y paseamos por el pequeño pueblo hasta el control de la Gendarmerie. La policía se colocaba a la entrada de los pueblos para detener aleatoriamente algunos coches y sacar una pequeña mordida.

Ranomafana, 21 de agosto (mañana)

Era el mejor momento (baja temperatura y poca humedad) para visitar el Parque Nacional de Ranomafana, uno de los grandes del país. Tuvimos un guía exclusivo que nos acompañó sin prisas; se llamaba Diamondra. Con la ayuda de un reclamo atraía diferentes especies de pájaros, algunos de los cuales logré atrapar con mi zoom. También vimos algunos lémures. Por la tarde seguimos camino hasta Fianarantsoa. Nos alojamos en La Rizière, una escuela de hostelería con mucho encanto.

Por aquí voy editando esta página

Fianarantsoa, 21 de agosto (tarde)

Llegamos a La Riziére, una escuela de hostelería con un nivel excelente. Damos una vuelta por Antananambony, el barrio alto, que poco a poco se está restaurando. Niños jugando o vendiendo sus dibujos para comprar material escolar, lavaderos, tiendas, tenderetes… Pronto anochece y cenamos en el hotel. Mañana nos espera una larga jornada.

Viajar en la FCE (Fianarantsoa-Côte Est) es una experiencia única. La vía fue construida entre 1926 y 1936 por los colonos franceses y supuso un notable esfuerzo técnico (65 puentes y 48 túneles) para comunicar muchas aldeas de las tierras altas con la costa. De hecho, algunas de las 17 poblaciones con parada no tienen más comunicación con el exterior que las 4 veces por semana que pasa el tren (dos hacia   la costa y dos hacia el interior). El material rodante es muy antiguo, y proviene de donaciones de los ferrocarriles suizos. A los extranjeros solo se nos permite viajar en primera clase, en un vagón anticuado que es sin duda el mejor del convoy.

La FCE

Parte puntual y pausadamente a las 7 de la mañana. Nos esperan 163 Km sin compromiso de puntualidad, sin previsión alguna de la hora de llegada. Cada estación es diferente y en cada parada los vecinos se acercan a nosotros para tener contacto con el mundo. Niños y mujeres venden productos locales, frutas, bebida, frituras, baratijas… Los viajeros bajamos a tierra para estirar las piernas, los turistas hacemos fotos. Mientras, se descargan y cargan las mercancías: sacos de carbón vegetal que se usan para cocinar (hay butano pero es muy caro), productos del campo, gallinas, paquetería diversa.

Los maquinistas revisan las ruedas, los policías que nos acompañan se pasean altivos por el andén. No sé hacia dónde mirar, el espectáculo es indescriptible. Tampoco quiero agobiar a nadie con mi cámara, así que observo y solo de vez en cuando, disparo. A ratos llueve y los niños siguen correteando descalzos por el barro, se me parte el corazón, fluyen sentimientos de impotencia, de injusticia… A las 6 anochece y el tren sigue su camino interminable. Estaciones a oscuras, linternas LED y cansancio. Las últimas cuatro horas se hacen eternas. A las 10 de la noche, después de 15 horas, llegamos a Manakara y caemos rendidos en el sencillo Hotel La Vanille.

De vuelta al interior

Amanece un día precioso y nos acercamos a la playa. Los tifones han derribado un viejo puente y el azul del agua es el más intenso que he visto jamás. Emprendemos el camino de vuelta siguiendo algunos tramos de vía por los que pasamos anoche. A mitad de camino cruzamos Ranomafana y veo que la escuela está abierta. Entro y saludo a M. Aristide Albert, el director, y le pido que me enseñe una clase. Tomo algunas fotos y le explico que son para concienciar a mis alumnos a que valoren lo que tienen y que ojalá podamos enviarle algún material.

Como llegamos pronto a Fianarantsoa, le digo a Todd que nos lleve a algún sitio pintoresco y damos una vuelta por un mercado popular que hay detrás del ayuntamiento. Después, nos espera otra vez La Rizière.

CUARTA ETAPA

Ponemos rumbo al sur con un paisaje cada vez más seco. En Ambalavao paramos en un taller que procesa la seda y en otro que elabora papel artesanal. También se celebra aquí una gran feria de cebús.

La reserva privada de Anja es un buen ejemplo de turismo sostenible, promovido por los propios vecinos. En hora y media de cómodo paseo vemos varias especies de mariposas, camaleones y algunos grupos de simpáticos lémures de cola anillada que estaban en plena siesta. A última hora de la tarde llegamos a Ranohira y seguimos hasta Isalo para asomarnos a su «ventana». Nos alojamos en el Isalo Rock Lodge, un nuevo establecimiento muy respetuoso con el entorno.

Isalo

El Parque Nacional de Isalo es enorme y requiere cierta forma física para recorrerlo; incluso nuestro guía, a quien Todd llama familiarmente «La vache qui rit»,  sufre un desvanecimiento y tenemos que reanimarlo con unas galletitas. El parque es una zona sagrada y llena de cuevas y enterramientos de distintas culturas. También tiene algunas plantas endémicas y varias especies de lémures.

Al día siguiente, siempre hacia el suroeste, atravesamos una zona rica en oro y piedras preciosas, con pueblos nuevos, bien diseñados y llenos de talleres y oficinas de tasación. Más adelante, entre las alegres tumbas que adornan el paisaje destaca una con forma de barco. Todd nos cuenta que es de un hombre que trabajó duro para hacerse rico y poder recorrer el mundo en un barco; pero la muerte le sorprendió, y sus familiares le hicieron esa tumba-barco para que siguiera navegando toda la eternidad.

Tuléar

Llegamos a Tuléar a mediodía del sábado (día de bodas) y comemos en Le Jardin de Gian, un italiano muy recomendable. Luego vamos al mercadillo de las conchas y seguimos camino hasta Ifaty, al Hotel Belle Vue, uno de esos «primera línea de playa» en los que uno se quedaría para siempre. Desafortunadamente hay un fuerte temporal y paso una noche de pesadilla recordando momentos de la película «Lo imposible», y es que las enormes olas casi llegan al porche del endeble bungalow.

Después de tomar el sol bajo un cocotero, regresamos a Tuléar y paramos en la estación de taxi-brousse para ver el ambiente. Luego seguimos hasta el aeropuerto. Tras varias horas de espera en la sala de embarque empieza a circular el rumor de que el vuelo a Tana se retrasa; finalmente es cancelado. Estamos a 1.000 Km de la capital, por lo que perderemos el vuelo a París de esta noche. Air Madagascar nos da un bono y nos transporta al Hotel Victory donde debemos esperar instrucciones. Finalmente, al día siguiente nos recolocan en un vuelo rumbo a la capital.

QUINTA ETAPA

Perdida la conexión a Europa, nada más tomar tierra en Tana, vamos apresuradamente a las oficinas de Air France donde nos atienden chapeau! Sobrevendido el vuelo del día 30, quedan dos plazas para el de la madrugada del 1º de septiembre que reservamos. Y empiezan unos inesperados días extra en los que vivimos en Les Trois Métis, con resignación -¡qué remedio!-

El segundo día damos una vuelta por el centro, pero no es esta una ciudad para pasear. Compramos en un Shoprite cosas que se nos han ido acabando, y en Baobab Company alguna ropa, que estamos a 1.400 m de altitud y hace fresco. Al día siguiente visitamos la Maison Tsinjo, de la ONG catalana Yamuna. Natàlia y otros voluntarios trabajan para integrar niños de familias en riesgo de exclusión social. Lo hacen formando a las madres para trabajos artesanales o agrícolas; también organizan colonias en la escuela local. De vuelta al hotel, la cena de hoy en La Table d’Épicure también es espectacular.

El 31 de agosto dejamos el hotel. Después de dar una vuelta en coche por el centro que ya habíamos pateado, Serge nos lleva a Ambohimanga. Es la residencia y sepultura de los reyes malgaches que gobernaron la isla en el s XIX (algunos de ellos con taparrabos). Es una pena que no permitan tomar fotos en los interiores de las salas, una de las cuales está totalmente decorada con cordobanes.

Después vamos en dirección a Ivato, donde se ubica el aeropuerto. Aquí en un permanente embotellamiento intentan vendernos de todo. Nos alojamos en el Au Bois Vert, otro hotel deslumbrante. Despacho por Skype con la jefa de estudios, ya que no llegaré a tiempo de inaugurar el curso. También sigo por Flightradar24 al avión que viene de Paris y sobrevuela en esos momentos el sur de Etiopía. Un mensaje de Air France nos había avisado del retraso de la salida hasta las 2:20.

Epílogo

Lo que sigue es de vértigo. Embarcamos y cuando todo parece indicar que vamos a despegar, alrededor de las 3:00, nos dice el comandante que durante el aterrizaje, y en la zona donde se produce el contacto del tren con la pista, ha visto un «trou» (agujero) de gran tamaño. Como coincide con el área donde se produce el despegue, y puede provocar un reventón o algo más serio, ha avisado a la autoridad aeroportuaria para que lo reparen urgentemente; acaba de recorrer a la pista y el agujero sigue allí, así que ha vuelto a avisar a la torre.

Pasa el tiempo y a pesar de las ganas que tenemos de irnos, agradecemos la enorme profesionalidad del piloto. A las 5:00 nos confirma que se ha hecho la reparación a su gusto y vamos a salir para Paris. Después de diez horas aterrizamos en CDG donde también hemos perdido el enlace a Málaga, pero volaremos unas horas más tarde, así que hay tiempo para  el shopping. Hacia la medianoche recogemos el coche del aeropuerto y volvemos a casa, como el que vuelve de Torremolinos. La aventura ha terminado, felizmente. Laus Deo.

FICHA TÉCNICA

No ha sido un viaje fotográfico, aunque haya tomado más de 3.500 imágenes. No siempre he estado con la cámara preparada, y se me han pasado las mejores ocasiones. Las fotos publicadas no han sido preparadas ni posadas, ni he pagado a los modelos. Buena parte de ellas han sido tomadas desde el coche en movimiento, aprovechando el magnífico estabilizador del zoom de Fuji. Hay muchas imágenes de mediana calidad, pero que son imprescindibles para dar continuidad a la historia que quiero narrar. Esto no es una exposición. Todas las fotografías han sido tomadas con la Fujifilm X-T2 y los objetivos Fujinon XF 16-55mm F2.8 R LM WR y Fujinon XF 50-140mm F2.8 R LM OIS WR (para unas pocas he usado el iPhone SE). He procesado los JPG fine con Adobe Photoshop CC 19.0 y el plugin Viveza 2 de NIK.

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