Viajé a Bangladés en noviembre de 2022, sin demasiadas expectativas; no era un país turístico y no tenía monumentos ni atracciones relevantes. Sin embargo, los bengalíes resultaron ser el mejor motivo para fotografiar; por todo el país nos regalaron su hospitalidad, amabilidad y paciencia, y permitieron que un pequeño grupo de amantes de la fotografía les tomáramos miles de imágenes, principalmente retratos y fotos callejeras. A la vuelta del viaje, unos amigos me sugirieron que preparara una exposición, pero no fui capaz de seleccionar 20 fotos entre las 500 que en mi opinión merecían verse y compartirse.
Mi equipo fotográfico fue muy reducido y ligero. Solo llevé la Fujifilm X-A5 (la más sencilla de la serie X, una cámara de menos de 300 €) y un par de objetivos fijos: el 16 mm/2.8 (equivalente a un 24 mm, para tomas generales) y el 80 mm/2.8 (equivalente a un 120 mm, para retrato). También llevé el Samyang 8 mm/2.8, pero solo para el día del festival hinduista, pensando que el 16 mm no me daría juego en un espacio reducido. Por último, algunas fotos y los vídeos, los hice con el iPhone SE, el móvil más económico de Apple.
No supe nada de este país del sur de Asia hasta que George Harrison publicó el álbum The Concert for Bangla Desh en 1971. Descubrí que este nombre en bengalí correspondía al Pakistán Oriental, que entonces luchaba por su independencia en medio de una devastadora hambruna.
A finales de 2022, mi amigo Gonzalo Sáenz de Santa María —buen fotógrafo y gran aventurero— organizaba una ruta por ese desconocido país. Bangladés quedaba fuera de los circuitos turísticos, me atrajo lo que investigué sobre él y además el MAEC desaconsejaba viajar allí salvo por razones de extrema necesidad… Eran todos motivos de peso para no pensármelo dos veces, así que me apunté.
Bangladés me ha parecido una sinfonía inacabada, una cultura que aprovecha, recicla y se regenera cada mañana, un enorme caos que, a pesar de todo, funciona. Se trata de un país superpoblado, muy contaminado, empobrecido e injustamente explotado. Pese a todo, eran personas con dignidad y educación, hospitalarias y que, además, sonreían mientras les hacíamos fotos. Para mí ha sido una experiencia emocional, cura de humildad, lección de moral y disfrute para los sentidos. Sin duda, otra etapa enriquecedora en el gran viaje que es la vida.
De mi vídeo de presentación en la XVIII Bienal de Fotografía de Córdoba
De Córdoba a Daca, 10 y 11 de noviembre
El viaje de ida fue con Saudia, haciendo escala en Yeda, la segunda ciudad de Arabia Saudí, situada a 60 km de La Meca. En Daca todo fueron facilidades para el visado y pude descansar un rato antes de empezar a tirar fotos.
En 2022 Daca —con su área metropolitana— estaba habitada por unos 42 millones de personas. Lo primero que me llamó la atención fueron las barbas de muchos hombres teñidas con henna o azafrán. Lo segundo, el enorme caos, nada más salir del lujoso Sky City Hotel. Pero cuando llevaba media hora en la calle, todo fluía entre sonrisas, saludos y alguna tímida conversación en un inglés muy básico. Recorrimos calles y mercados; también entramos en algunas viviendas… sin duda era un país muy hospitalario y a la gente le encantaba que le hiciéramos fotos y se las enseñáramos.
Daca, 12 de noviembre (mañana)
Muy temprano cruzamos el río Buriganga, para acercarnos a unos peculiares astilleros donde se reparaban y modernizaban embarcaciones de todos los tamaños. Pudimos movernos libremente por toda la zona; no había barreras ni apenas medidas de seguridad…
Daca, 12 de noviembre (tarde)
Por la tarde recorrimos otros mercados y acabamos en un cruce con una perspectiva increíble del tráfico. Fuimos a un muelle para embarcar nuestro equipaje en un ferry que nos llevaría de noche a Barisal. Antes de zarpar dimos una vuelta por los alrededores del embarcadero para comprar algo de fruta. El camarote era muy básico, pero mucho más cómodo que las cubiertas o los pasillos donde pasaron la noche muchos bengalíes.
Harta, 13 de noviembre (mañana)
Una vez desembarcados y después de un buen rato en furgoneta y otro tanto en una barcaza, llegamos a Harta, donde se celebraba un animado mercado flotante. Después paseamos por el pueblo, visitando un centro educativo y un mercado. En estas zonas apartadas la gente alucinaba con nuestra presencia; se podría decir que nos miraban como si fuéramos extraterrestres.
Barisal, 13 de noviembre (tarde)
A la caída de la tarde salimos al centro de Barisal. Muchos jovencitos se acercaban para hacerse fotos con nosotros, y tal era la expectación que levantábamos que en algunas ocasiones apenas avanzábamos por la calle.
Barisal, 14 de noviembre (mañana)
Esa mañana visitamos algunos pueblos en la división de Barisal, y paramos en varias alfarerías y mercados. También nos detuvimos al borde de la carretera, para interactuar con las personas, que siempre se sorprendían con nuestra presencia, y rara vez se negaban a que le hiciésemos fotos.
Barisal, 14 de noviembre (tarde)
Por la tarde fuimos al puerto fluvial, para ocupar nuestros camarotes en el ferry que nos devolvería a Daca aquella noche. Después salimos a merodear por la ciudad, los alrededores del puerto y algunas tiendas.
Daca, 15 de noviembre (mañana)
De vuelta a la capital nos dirigimos a uno de los brazos del río Buriganga en el que descargaban decenas de barcos. Para nuestra sorpresa no había grúas ni mucha maquinaria y todo el trabajo se realizaba por mujeres y hombres que cargaban sobre sus cabezas canastos con unos 30 kilos de arena, carbón o piedras.
No podía dar crédito a lo que veía. Los porteadores avanzaban con la pesada carga desde las bodegas de los barcos, subían por unas estrechas e inestables pasarelas y vaciaban la mercancía en contenedores o camiones. Por cada viaje de alrededor de 100 metros recibían una ficha de plástico, que posteriormente canjeaban por un taka —la moneda local, equivalente a menos de un céntimo de euro—. El cálculo era fácil: en unos 100 «viajes» se ganaba alrededor de un euro. Todo ello sin contrato, sin sindicatos, sin seguridad social… El SMI de 2022 en Bangladés fue de 1500 BDT/mes, es decir, unos 15 euros. Lo que vi y lo que sentí aquella mañana, todavía da vueltas por mi cabeza; fue uno de los momentos más impactantes en el viaje de mi vida.
Barodi, 15 de noviembre (tarde)
Si la mañana había sido impresionante, la tarde fue lo mejor del viaje. Como cada año, miles de hindúes se reunían cerca de Dhaka —en Barodi— frente al templo Lokenath Brahmachari para celebrar el festival Rakher Upobash. Cuando llegamos ya había cientos de devotos que preparaban sus velas y ofrendas; poco a poco nos fuimos sumergiendo en un delirio colectivo de rezos, cantos y lloros, en un ambiente cada vez más cargado de incienso. Solo nos movíamos entre la multitud y la humareda unas decenas de fotógrafos. Al final del éxtasis, las ofrendas fueron a parar al río y nosotros volvimos al hotel donde tuvimos que darnos varios jabones para quitarnos la humareda que llevábamos encima.
En tren a Chittagong, 16 de noviembre
A las 7:30 salía nuestro «Intercity» hacia Chittagong. Aparentemente era un tren normal, pero las ventanas no se podían cerrar. Era como los vagones de mi niñez, en los que era raro llegar a destino sin una «carbonilla» en un ojo. Mi ropa llegó sucísima, inservible; menos mal que siempre viajo con lo más estropeado que tengo. Por lo demás, fueron siete horas interminables, apenas animadas por algunos vendedores y un par de hijras (personas de sexo no definido).
Al llegar descansamos un rato en el hotel y salimos hacia un embarcadero. No estaba claro si podríamos acercarnos a los barcos que estaban en pleno desguace; al parecer había órdenes… Pero Gonzalo convenció a un marinero que nos llevó a ver ese paisaje desolador. Toda la basura de occidente «reciclándose» sin las mínimas medidas de salubridad en un país tercermundista. Otra vez sentí una vergüenza enorme. Menos mal que fueron solo unos minutos; pronto se hizo la noche. Ya en el hotel salí a despejarme en un mercadillo cercano.
Chittagong, 17 de noviembre (mañana)
Empezamos el día visitando el puerto pesquero, que Gonzalo ya conocía de viajes anteriores. Casi todas las personas que trabajaban en este caos nos hacían un guiño o ponían una pose… realmente daba gusto estar allí. Nos dejaron entrar en la fábrica de hielo y nos explicaron como funcionaba aquel sistema. Yo intenté hacer de repartidor, pero el carrillo de manos que cogí no tenía pedales 😅. Terminamos perdidos en las callejuelas del poblado que había en los alrededores del puerto y de allí marchamos a Bandarban, donde teníamos previsto visitar algunas etnias protegidas.
Bandarban, 17 de noviembre (tarde)
A la caída de la tarde salimos a dar una vuelta por el centro de Bandarban, una pequeña ciudad provinciana. Recorrimos varias veces la calle principal, llena de tiendas y personajes pintorescos, pero pronto se nos echó la noche encima y volvimos al resort.
Bandarban, 18 de noviembre
A pesar de que ya estábamos alojados dentro del área restringida, para entrar en los poblados de máxima protección tuvimos que pasar varios controles. Después vinieron las caminatas, con unos desniveles importantes (cuesta que se bajaba, después se tenía que subir). En las aldeas que visitamos había sobre todo ancianos y niños. Nos dejaron pasar a algunas casas y vimos como realizaban sus rutinas diarias. Algunos niños, al principio reacios con nuestra presencia se partían de la risa con las tonterías que les hacíamos.
Bandarban, 19 de noviembre
En nuestro último día en Bangladés pasamos la mañana visitando un poblado a unos 20 km de la frontera con Birmania, donde las señoras utilizaban unos pendientes muy peculiares. Más tarde salimos hacia Chittagong; paramos en un mercado junto a la carretera para hacer las últimas compras y gastar nuestros últimos takas.
Vuelta a casa, 19 y 20 de noviembre
Finalmente, después de comer fuimos al aeropuerto para tomar nuestro vuelo a Daca. Llegados a la capital nos separamos en varios grupos, ya que volvíamos a España con distintas compañías. El regreso a casa fue como siempre, largo y cansado. A pesar de las incomodidades y la fatiga acumulada, volví muy satisfecho por la experiencia que había vivido y por las fotografías que había hecho a la vez que disfrutaba.