Ya había estado en Barcelona —años 77 y 78— en mis primeros viajes mochileros, pero fueron estancias breves y desorganizadas. El largo puente de diciembre de 2000 fue la ocasión para redescubrir esta cosmopolita y hermosa ciudad. Aunque ya tenía cámara digital, seguía tirando carretes. Este fue nuestro recorrido:
El miércoles 6, volamos desde Sevilla y nos alojamos en el Hotel Rivoli Rambla; antes de descansar dimos un paseo por el centro y puerto. El jueves 7, muy temprano subimos en bus al Parque Güell —que a esa hora no estaba abarrotado— y después fuimos a las obras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, una gozada ver como seguía completándose. Para esa noche conseguimos entradas del Liceo para la ópera Un ballo in maschera; era un montaje muy arriesgado que fue interrumpido constantemente por las protestas del público «entendido».
El viernes 8 nos dirigimos al Paseo de Gracia donde se encuentran la Casa Batlló y La Pedrera; visitamos el piso y la terraza de esta última. Después tomamos el funicular a Montjuic para asomarnos al Estadio Olímpico y por la tarde-noche paseamos por las Ramblas, Plaza Real, Puerta del Ángel, Plaza de la Catedral… disfrutando del buen ambiente y de los mercadillos navideños.
El sábado 9 echamos la mañana en el Monasterio de Pedralbes que entonces albergaba parte de la Colección Thyssen-Bornemisza. Aquella tarde paseamos por el Puerto Viejo y cuando cayó la noche nos acercamos a las fuentes de Montjuic.
El domingo 10 estuvimos en el Museo Picasso —totalmente prohibido hacer fotos— y después fuimos a la Catedral y a Santa María del Mar, una iglesia impresionante. Teníamos que volver a casa, así que nos fuimos al aeropuerto donde vimos una última obra de arte: el mural de Joan Miró.