India

La India es una etapa imprescindible en el gran viaje de la vida. Nosotros fuimos en julio de 2001, en un circuito organizado, junto a dos sevillanas madre e hija —Lola y Anahí—. El lunes día 9 volamos de Viena a Delhi con Lauda Air; llegamos rendidos y esa noche descansamos en el Vasant Continental.

Martes, 10. Hacia Jaipur…

Por la mañana salimos por carretera hacia Jaipur; en la ruta, pedimos a Shiva que nos acompañara y cuidara durante el viaje ?, nos iba a hacer falta. Después de unos 300 km llegamos a Jaipur, la ciudad rosa, Patrimonio de la Humanidad. Entramos por sus puertas y caminamos al centro. Entonces tomamos unos rickshaws y empezó la aventura. Muchas calles estaban en obras, y todas, abarrotadas. Vacas «sagradas» por todas partes; y para colmo, conduciendo por la izquierda. Para reponernos del susto fuimos a dar un paseo al Birla Mandir, un hermoso templo hindú costeado por una familia adinerada. Después, de camino al Hotel Trident, pasamos delante del Museo del Rajastán; iba a ser imposible verlo todo en unas horas.

Miércoles, 11. El Fuerte Amber y el Palacio del Marajá

Llegando a Jaipur ya habíamos visto la mole del Fuerte Amber sobre un cerro. Era un complejo palaciego impresionante, al que se accedía a lomos de elefantes. Otra experiencia movidita. El interior era una espectacular sucesión de palacios, estancias y jardines. La decoración muy refinada, sorprendentes los sistemas de ventilación y la privacidad garantizada por infinitas celosías. A la salida, más vacas campando a sus anchas, tranquilas por su condición sagrada. Después fuimos a un almacén de alfombras y compramos una que nos gustó y que nos mandaron a casa por TNT.

Por la tarde, después de comer —en la India todo lo cocinaban muy, pero que muy spicy— se puso a diluviar. Estábamos en el Observatorio Solar y solo pude hacer una foto de la torre. Entonces entramos en el Palacio de Jaipur, parte de la residencia del Marajá que se podía visitar. Después echamos un rato con un encantador de serpientes —a ver si le cogía el truco— y fuimos a un taller donde engastaban joyas. Los zafiros de Cachemira estaban a muy buen precio.

Anochecía y nos quedaba mucho por ver, el Hawa Mahal, el Fuerte Jaigarh… En el Trident acabamos la jornada, viendo el lago y el maravilloso Palacio del Agua.

Jueves, 12. Rumbo al Taj Mahal

Agra estaba a unos 200 km. Salimos temprano y no solté la cámara por el camino, es que lo que estaba viendo no tenía precio. Mucha gente vivía a la intemperie, bajo unos plásticos; se les veía felices. Además se ahorrarían hipotecas y facturas… ¡qué poco hacía falta para vivir! Otro espectáculo, los bares de carretera. Y peregrinos, miles de jóvenes vestidos de naranja trayendo o llevando agua del Ganges en vasijas que jamás podía tocar el suelo; después del viaje me enteré de más detalles. Otra historia aparte era el tráfico: ¡una locura! Vehículos sobrecargados, cuando no con ciclistas enganchados, los coches iban a su bola y siempre tocando el claxon, y cuando había un accidente, nadie acudía, ni policía ni grúa.

En un plis plas estábamos en Fatehpur Sikri, una ciudad fallida del s. XVI, capital del imperio mogol durante 14 años, hasta que se dieron cuenta de que no tenía agua y la abandonaron. A unos kilómetros estaba Agra y el indescriptible Taj Mahal. Tuvimos mucha suerte. El monzón se tomó un respiro, y no llovió en toda la tarde. Además, iban a cerrar el mausoleo unos días por la visita de Musharraf. Se celebraba  la Cumbre de Agra, en la que no se resolvió el litigio entre India y Pakistán por la posesión de Cachemira.

Estuvimos toda la tarde disfrutando en el Taj Mahal. Era precioso. Además, cambiaba de tonalidad según pasaban las nubes o descendía el sol. Las dos mezquitas, situadas a ambos lados de la explanada, eran menos vistosas al ser de arenisca roja. Nos acercamos y subimos las escalinatas; había que quitarse los zapatos. Pisar aquel mármol cálido y húmedo fue una de las sensaciones más intensas que había vivido. Descubrimos las incrustaciones de piedras semipreciosas en el mármol, finamente tallado. El interior era muy oscuro y no se podían hacer fotos; al salir compré las postales que cierran la galería.

Viernes, 13. El Fuerte Rojo y el taller de Oswal

Empezamos el día visitando el  Fuerte de Agra, construído por el emperador mogol Akbar en el s. XVI, que también era Patrimonio de la Humanidad. De dimensiones considerables, fue construido en arenisca roja y mármoles, a orillas del sagrado Yamuna. Tiene unas vistas impresionantes al Taj Mahal; a ratos se veía el humo de algunas piras. Al salir me llamó la atención la tumba de un gobernador inglés que no encajaba en el entorno.

Por la tarde fuimos al taller de Oswal, un artesano que hacía maravillas con las incrustaciones en mármol. Nos enseñaron el laborioso proceso y nos encantó una mesita, que nos mandaron perfectamente embalada a casa. Después paseamos por Agra hasta que nos recogimos en el Trident; me hubiera dado un remojón en la piscina, pero ya diluviaba. En la tele hablaban en hindi de la cumbre.

Sábado, 14. Hacia Delhi

Algo más de 200 km nos separaban de la capital de la India. Por el camino, mucha gente, colegios, templos, y un tráfico de pesadilla. Paramos a comer; un músico amenizó el momento. Por la tarde llegamos a Delhi a la casa en la que Mahatma Gandhi pasó sus últimos meses y fue asesinado el 30 de enero de 1948. Vimos su modesto jergón, sus escasas pertenencias, el jardín donde dio sus últimos pasos… solo se respiraba PAZ.

Vimos el templo Birla y después el Gurdwara Bangla Sahib, el principal templo sij de Delhi, al que había que entrar descalzos y cubiertos por un pañuelo naranja. Dentro vimos como miles de devotos hacían sus ritos; otros preparaban adornos florales y comidas que se repartían diariamente a los peregrinos. No sabía nada de esta religión y aprendí mucho aquella tarde. Anochecía cuando fuimos al Central Cottage Industries Emporium, la tienda gubernamental de artesanía; compramos algunas baratijas y la seda pintada que tenemos en casa. Le Meridien era un hotel espectacular, dentro de un bosque, con un patio central enorme y unas habitaciones amplísimas.

Domingo, 15. Mezquita del Viernes, Raj Ghat y tarde libre

La prensa se hacía eco de la ofrenda de Musharraf en el Raj Ghat, que íbamos a visitar después. Antes fuimos al barrio musulmán y entramos en la Jama Masjid   —Mezquita del Viernes—. Era enorme y descubierta, con capacidad para 25.000 personas. A continuación visitamos el Raj Ghat, lugar donde se incineró el cuerpo de Gandhi y se conservaban parte de sus cenizas; un empleado barría los pétalos fucsia que echó el presidente pakistaní el día anterior. Era un lugar de reflexión y esparcimiento. Luego estuvimos en la Puerta de la India, un enorme arco de triunfo en memoria de los soldados indios muertos en la Primera Guerra Mundial.

Estuvimos buscando comida europea, pero hasta las hamburguesas y pizzas picaban. Compramos algunos recuerdos en la Connaught Place y paseamos. En un cine ponían «Solo es un sueño» y los mercadillos estaban a medio gas. Me fijé que no existía el color rojo en los semáforos… solo un tímido «relax»; me dijeron que cuando se encendía, debías levantar algo el pie del acelerador, no tocar el claxon y decir «om» (ॐ). Volvimos al hotel y apreciamos que Delhi era realmente una ciudad verde.

Lunes, 16. Vuelo a Benarés (Varanasi)

Volamos con Sahara Airlines a Benarés, la más sagrada de las 7 ciudades sagradas de la India. Camino al hotel Clarks vimos muchos peregrinos —yo los llamaba «los de las gaitas»— y algún que otro «entierro». Pasamos la tarde paseando entre atascos, vacas y montones de basura. A última hora fuimos a un telar; la seda, bonita y barata. Y nos acostamos muy temprano.

Martes, 17. El Ganges

Los momentos más intensos de este viaje a la India los vivimos en la madrugada del martes. Era de noche cuando nos llevaron a los ghats, unas gradas que van descendiendo hasta el río. El nivel Ganges estaba muy alto por las lluvias y fue complicado embarcar. Era todavía de noche cuando salimos a la corriente; ante nosotros cientos de personas hacían sus abluciones, oraban o cogían agua. Tiré con película de ISO 800 y en algunas metí el flash, a pesar de eso, algunas fotos me salieron movidas. Después de pasar por las chimeneas del crematorio eléctrico regresamos al embarcadero. Empezaba a llover con fuerza y seguían llegando más y más peregrinos —y también algunos turistas—. Desayunamos en el hotel y fuimos al aeropuerto bajo un fuerte aguacero. Después de la India, nuestro viaje continuó unos días más en Nepal.

La continuación del viaje: Nepal

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