Viajar a África es siempre una aventura. Pilar y yo hemos recorrido —en agosto de 2017— el sur de Madagascar, a nuestro aire. Toda una prueba de resistencia prevista para quince días, que acabaron siendo 19. En total han sido unos de 2.500 km por la RN7 y otras «carreteras», descubriendo los baobabs, algunos parques nacionales, el tren de Fianarantsoa a Manakara (que tardó 15 horas en hacer 160 km), el país Zafimaniry, las playas… y sobre todo la gente que se busca la vida de mil maneras y los niños, que merecen un futuro con mejores expectativas.
Gracias a nuestro conductor francófono Todd que nos llevó y cuidó en todo momento y a Hery de Tsiky Tours (a la que conocí en FITUR) que nos ha facilitado las reservas en la ruta que le diseñé. Aquí tienes las galerías (más de 800 fotos para ver sin prisa) y una breve reseña del viaje. Que disfrutes y reflexiones, como lo hemos hecho nosotros.



PRIMERA ETAPA
Vuelo diurno con Air France de Paris a Antananarivo, «Tana» para los locales. Trámites de visado, y primera noche en Les Trois Métis, casa de la época colonial con un restaurante superbe!
En ruta
Por la mañana salimos para Antsirabe con parada técnica en Ambatolampy. Aquí se dedican a reciclar alumnio, haciendo ollas y figuritas de modo artesanal. Noche en Antsirabe, en Les Chambres du Voyageur, otra joya de hotel.
Temprano partimos para la costa; nos separan 500 km de Morondava. Por el camino muchos campesinos que recorren largas distancias a pie, buscadores de oro, vistosas tumbas y ceremonias «famadihana» cuyas distintas fases veremos por toda la isla; consisten en recuperar los cuerpos de los ancestros difuntos para envolverlos en un nuevo sudario, durante un reencuentro de familiares que se celebra durante varios días con comidas y bailes.
Después de un pinchazo llegamos a Miandrivazo; hace calor aunque aquí es «invierno» y tomamos nuestro picnic. En muchas comidas nos alegramos de llevar un buen fondo de maleta.
À la plage!
Oscureciendo llegamos a Morondava; sobrecogen las siluetas de los enormes baobabs. Nos alojamos en una cabaña del Chez Maggie, que tiene una cocina espectacular. La THB (Three Horses Beer) es suave y en todas partes la sirven muy fría.
Mañana tranquila, paseando por la playa y el puerto. Después de comer, vamos en busca de los baobabs. Por una interminable pista, llegamos al Baobab Sagrado; después al Baobab Enamorado, dos ejemplares que han crecido entrelazados. Por último, pasamos unas horas en la Alée des Baobabs. La recorremos una y otra vez, y vamos tomando posiciones para disfrutar uno de los ocasos más bellos del planeta.
Salimos temprano para volver a Antisarabe. Mientras Todd compra agua, tomo algunas fotos del ambiente mañanero de Morondava.
SEGUNDA ETAPA
En los 500 km del regreso a Antisarabe seguimos descubriendo la dura vida de los campesinos malgaches. Si es difícil preparar el terreno y hacer las terrazas para cultivar el arroz, unas veces con la ayuda de cebús y otras a brazo partido, no lo es menos el repicado del arroz (trabajo reservado a las mujeres). Llegamos casi de noche a Les Chambres, donde cenamos cebú con verduritas.
Muy temprano buscamos una farmacia (se nos había traspapelado la sacarina) y ponemos rumbo al País Zafimaniry. Esta minoría (unas 25.000 personas) habita una zona boscosa en el centro de la isla y su habilidad trabajando la madera ha recibido el reconocimiento de la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Recorremos Antoetra acompañados por un guía local, que nos lleva a visitar al jefe del poblado, un anciano muy agradable al que entregamos un óbolo y algunos lápices para la escuela. Debíamos haber traído muchos más, ya que por todas partes estamos viendo niños de vacaciones que nos llaman «vaza, vaza» (extranjero) esperando una sonrisa y si puede ser, algo más. En el taller-tienda del pueblo compramos una casita para Mariló y Baltasar, compañeros de otros viajes, que en esta ocasión no venían con nosotros.
Ambositra
Llegando a Ambositra vamos a la tienda de Víctor, L’Artisan, que nos alojará esta noche. Aquí trabajan la marquetería sin ninguna tecnología (los pelos de segueta los hacen con los hilos de acero de neumáticos viejos a los que marcan los dientes con un formón). En cinco minutos le hace un colgante a Pilar y yo compro una caja con un dibujo de Tintin. Todos sabemos que el personaje de Hergé nunca estuvo en Madagascar, pero es uno de los diseños más populares.
En el Hotel L’Artisan tenemos una casita de dos plantas con balcón, a dos pasos del restaurante donde disfrutamos de la música de valiha y guitarra del dúo Emeraude (les compro un CD para poner música a las galerías, pero la grabación está muy saturada y no puedo aprovecharla).
Es domingo y nos despiertan campanas a las 5 de la mañana. A través de la niebla vemos el recinto donde hacen el savika, una especie de rodeo con cebús. Al pasar por la explanada donde se celebraba la misa vemos que acaba de terminar la celebración y me asomo al interior. La gente sale feliz, se hace fotos junto a una estatua de la Virgen o curiosean por los puestecillos. En ruta, se nota que es día de precepto, ya que muchas personas van o vienen con una vestimenta especial.
Ranomafana
Ya en Ranomafana, nos alojamos en el Centrest, que puede presumir de tener los lagartos más vistosos del mundo (que no llegué a fotografiar, pero conseguí sacar por las buenas de nuestro apartamento). Visita vespertina al balneario de aguas termales y a la piscina pública y paseo por el pequeño pueblo hasta el control de la Gendarmerie. Aquí la policía está apostada a la entrada de los pueblos y detiene aleatoriamente a algunos coches para sacar un pequeño donativo; sin embargo, si se roba un cebú, es la gente la que organiza una patrulla para intentar recuperarlo y hacer justicia.
El Parque Nacional de Ranomafana es uno de los grandes del país. En esta época del año es más cómodo de visitar (baja temperatura y poca humedad) pero muchas especies están hibernando. Las entradas son caras pero tenemos un guía exclusivo que nos acompaña sin prisas, Diamondra. Con la ayuda de un reclamo atrajo varias especies de pájaros que logré atrapar con mi zoom. También vimos algunos lémures (la foto comiendo un fruto rojo la hizo él, ya que para verlo de cerca había que bajar un desnivel de aúpa). Por la tarde seguimos camino hasta Fianarantsoa.
TERCERA ETAPA
Llegamos a La Riziére, una escuela de hostelería con un nivel excelente. Damos una vuelta por Antananambony, el barrio alto, que poco a poco se está restaurando. Niños jugando o vendiendo sus dibujos para comprar material escolar, lavaderos, tiendas, tenderetes… Pronto anochece y cenamos en el hotel. Mañana nos espera una larga jornada.
Viajar en la FCE (Fianarantsoa-Côte Est) es una experiencia única. La vía fue construida entre 1926 y 1936 por los colonos franceses y supuso un notable esfuerzo técnico (65 puentes y 48 túneles) para comunicar muchas aldeas de las tierras altas con la costa. De hecho, algunas de las 17 poblaciones con parada no tienen más comunicación con el exterior que las 4 veces por semana que pasa el tren (dos hacia la costa y dos hacia el interior). El material rodante es muy antiguo, y proviene de donaciones de los ferrocarriles suizos. A los extranjeros solo se nos permite viajar en primera clase, en un vagón anticuado que es sin duda el mejor del convoy.
La FCE
Parte puntual y pausadamente a las 7 de la mañana. Nos esperan 163 Km sin compromiso de puntualidad, sin previsión alguna de la hora de llegada. Cada estación es diferente y en cada parada los vecinos se acercan a nosotros para tener contacto con el mundo. Niños y mujeres venden productos locales, frutas, bebida, frituras, baratijas… Los viajeros bajamos a tierra para estirar las piernas, los turistas hacemos fotos. Mientras, se descargan y cargan las mercancías: sacos de carbón vegetal que se usan para cocinar (hay butano pero es muy caro), productos del campo, gallinas, paquetería diversa.
Los maquinistas revisan las ruedas, los policías que nos acompañan se pasean altivos por el andén. No sé hacia dónde mirar, el espectáculo es indescriptible. Tampoco quiero agobiar a nadie con mi cámara, así que observo y solo de vez en cuando, disparo. A ratos llueve y los niños siguen correteando descalzos por el barro, se me parte el corazón, fluyen sentimientos de impotencia, de injusticia… A las 6 anochece y el tren sigue su camino interminable. Estaciones a oscuras, linternas LED y cansancio. Las últimas cuatro horas se hacen eternas. A las 10 de la noche, después de 15 horas, llegamos a Manakara y caemos rendidos en el sencillo Hotel La Vanille.
De vuelta al interior
Amanece un día precioso y nos acercamos a la playa. Los tifones han derribado un viejo puente y el azul del agua es el más intenso que he visto jamás. Emprendemos el camino de vuelta siguiendo algunos tramos de vía por los que pasamos anoche. A mitad de camino cruzamos Ranomafana y veo que la escuela está abierta. Entro y saludo a M. Aristide Albert, el director, y le pido que me enseñe una clase. Tomo algunas fotos y le explico que son para concienciar a mis alumnos a que valoren lo que tienen y que ojalá podamos enviarle algún material.
Como llegamos pronto a Fianarantsoa, le digo a Todd que nos lleve a algún sitio pintoresco y damos una vuelta por un mercado popular que hay detrás del ayuntamiento. Después, nos espera otra vez La Rizière.