Nuestro primer viaje a Perú estaba previsto para mayo 2020, pero el confinamiento lo hizo imposible. A comienzos de 2024 retomamos el proyecto, manteniendo la fecha de mayo, que coincidía con el otoño peruano —estación seca— y se anticipaba a la masificación turística de junio a agosto.
No fue un viaje fotográfico, aunque tiré sobre la marcha más de 2000 fotos. Tampoco fue un viaje en grupo, ya que habíamos personalizado cada etapa con una agencia local; tuvimos que hacer un par de traslados en bus turístico y compartir solo algunas visitas.
Volamos con Iberia el día 15. A pesar de ser vuelo diurno, las doce horas a bordo se me hicieron muy pesadas. Llegados a Lima nos trasladaron al Faraona, un hotel con encanto en el centro de Miraflores.
Lima, 16 de mayo
Después de un desayuno estupendo salimos a dar una vuelta por nuestro barrio, el más tranquilo y seguro de Lima. En estas latitudes el sol salía sobre las 6:00 y se ponía sobre las 18:00. Las tiendas y bancos abrían a las 9:00. Una ligera bruma envolvía las calles a primera hora. Pero no iba llover. Lima tenía un clima desértico, con una media de 15 mm de lluvia —es decir 15 litros por m²— al año.
Sacamos soles de un cajero (4 soles = 1 euro), compramos un lápiz labial y regresamos al hotel, ya que pronto teníamos la visita de la ciudad.
Empezamos por asomarnos al Pacífico. Nunca se ve el horizonte desde Lima; la bruma siempre presente, hace que lo tengas que imaginar. El parque Alberto Andrade, o parque del amor, recordaba los azulejos del Parque Güell de Barcelona. En el centro visitamos la plaza San Martín, lugar de manifestaciones, y el Museo Central, ubicado en el antiguo Banco Central de la Reserva del Perú, con interesantes colecciones prehispánicas en su cámara acorazada. Pasamos también junto a la catedral —por allí había una «tapada»— y el Convento Máximo de Nuestra Señora del Santísimo Rosario, donde se custodiaban los restos de Santa Rosa de Lima, primera santa de Perú y de América. Y terminamos la panorámica entrando en el Convento de San Francisco y sus catacumbas; lamentablemente no estaban permitidas las fotos.
Por último, volvimos a Miraflores, comimos en La tiendecita blanca, y a primera hora de la tarde volamos a Arequipa.
Arequipa, 17 de mayo
La «ciudad blanca» estaba a 2300 msnm, pero esa altitud todavía nos permitió descansar estupendamente. El viernes temprano empezamos a recorrer la ciudad de la mano de nuestra guía local. Nos llevó a la parroquia de Yanahuara, desde donde se divisaba el valle del río Chili y el volcán Misti, considerado como activo y que estaba muy monitorizado. Volvimos entonces a la Plaza de Armas y entramos en la iglesia de la Compañía, y después en sus claustros, aprovechados como restaurantes y tiendas de artesanía.
Pero sin duda, el monumento más relevante de la ciudad —también Patrimonio de la Humanidad— era el Monasterio de Santa Catalina, una ciudad de 20.000 m² dentro de otra ciudad. Aquí llegaron a vivir más de 300 religiosas con su servidumbre, y aún hoy, parte del monasterio sigue ocupado por monjas. Recorrerlo fue como volver a la España de los siglos XVI al XVIII.
Después del monasterio volvimos a un anticuario donde había encontrado una matrícula antigua para mi colección. Comimos en el restaurante Chicha, de Gastón Acurio, uno de los 20 chefs más influyentes del mundo. Pedimos un rocoto relleno, dos cuys (cobaya) pequinés, un bife de alpaca y de postre un derrumbado de chirimoya. El sumiller no dejó de arrimarnos tintos del Valle de Ica —Malbec y Merlot— y al final rematamos con una cata de varios piscos.
Después de una buena siesta salimos a visitar la catedral y dar una vuelta por la Plaza de Armas. El ambiente era muy bueno y la ciudad tan hermosa como de día.
Valle del Colca (I), 18 de mayo
Dejamos el céntrico hotel Casona Plaza y salimos en una excursión de dos días por el Valle del Colca. La primera parada fue en una tiendecita para proveernos de hojas y caramelos de coca, que a penas nos aliviaron el soroche, o mal de altura. Después empezamos el ascenso hasta los 5000 msnm; nos faltaba el oxígeno y los movimientos se volvían torpes. Fuimos bordeando el Sabancaya, uno de los volcanes activos de la zona, y paramos varias veces para tomar mate de coca e interactuar con pastores y lugareños. También paramos en el Geoparque de los Volcanes, a 4910 msnm, llegando a Chivay —principal ciudad del valle— a la hora de comer.
Aquella tarde podíamos haber ido a unos baños termales cercanos, pero decidimos quedarnos en el hotel (Casa Andina) descansando. A la caída de la tarde dimos una vuelta por la plaza de Armas de Chivay y nos recogimos temprano. De madrugada la temperatura cayó por bajo de 0º pero la casita estaba bien aislada y nuestra cama matrimonial era eléctrica, algo que nunca antes habíamos experimentado.
Valle del Colca (II), 19 de mayo
Muy temprano salimos para el centro de interpretación Chivay-Colca y nos adentramos en el valle. Hicimos una corta parada en Yanque, para ver unos bailes regionales y la iglesia. Más tarde estuvimos casi una hora en el mirador de la Cruz del Cóndor. No había censados en la zona más de 300 ejemplares de esta especie en peligro de extinción, y rara vez se dejaban ver, pero tuvimos suerte. De repente aparecieron varias docenas que nos hicieron disfrutar con su aprovechamiento de las corrientes térmicas. Solo llevaba en este viaje el Fujinon 16-80, así que las fotos las tiré con la focal equivalente a 120 mm.
Paramos otra vez en Maca, para probar el sancayo, una especie de chumbo, y de vuelta a Chivay comimos en otro bufé. Después, mientras nuestro microbús volvía a Arequipa, nosotros nos desplazamos a Puno —a orillas del Lago Titikaka— en un bus de turismo. Llegamos ya de noche y muy cansados.
Islas de los Uros y Taquile, 20 de mayo
Habíamos venido a Puno para conocer el Titikaka, el lago navegable más alto del mundo. En primer lugar visitamos dos islas artificiales, hechas por los uros (pobladores de piel oscura) con juncos, en las que nos explicaron la técnica de construcción y su mantenimiento. Más tarde fuimos a la isla Taquile, donde una comunidad sobrevivía gracias a la artesanía y al turismo. Todo se transportaba a cuestas y los desniveles eran impresionantes.
De vuelta a Puno, estuvimos paseando por la Plaza de Armas y entramos en el mercado central, donde vimos unas truchas espectaculares.
De Puno a Cusco, 21 de mayo
El traslado entre las principales ciudades turísticas de Perú se realizaba en unos lujosos buses turísticos, cuyas paradas técnicas coincidían con lugares de interés. A las 7:00 dijimos adiós a Puno y recorrimos los 100 km que había hasta Pucara, sede de un museo arqueológico, y más tarde paramos en La Raya, frontera entre Puno y Cusco.
Comimos estupendamente en un bufé de la empresa de autobuses y seguimos unos kilómetros hasta Raqchi, donde visitamos las ruinas del templo de Viraocha y otros restos de interés arqueológico. En ruta pude hacer algunas fotos de cementerios que estaban al lado de la carretera.
La última visita de la tarde fue a la Iglesia de San Juan Bautista de Huaro, cuyos frescos eran del pintor mestizo Tadeo Escalante. Lástima que no estaba permitido hacer fotos.
Cusco, 22 de mayo
Ese día teníamos la visita de la ciudad a partir de las 15:00 horas, por lo que dedicamos la mañana a pasear a nuestro ritmo y a ver los museos de Arte Precolombino y el Inka. Mucho más interesante y bien montado, el primero (Fundación BBVA). Entre una y otra visita, subimos al mirador de San Blas, una proeza.
La visita guiada de la Catedral fue muy interesante, aunque estaban prohibidas las fotos. Tampoco se podían hacer a las pinturas del Corikancha, que visitamos después. Terminamos la visita con cuatro yacimientos en los alrededores de Cusco: Saqsaywaman, Q’Enqo, Puka Pukara y Tambomachay.
Valle Sagrado, 23 de mayo
El jueves continuamos nuestro recorrido por el Valle Sagrado de los Incas. Empezamos por Chinchero, que ya estuvo habitada antes del periodo inca. Los toritos de Pucará en los tejados simbolizaban la fusión de energías para llegar al bien común. Después paramos en una cooperativa que trabajaba la fibra (lana) y más tarde llegamos a las salinas de Maras, que se nutren de un manantial salino cuyo origen se desconocía.
En Moray vimos de cerca las terrazas agrícolas y conocimos su funcionamiento. Después de una estupenda comida en Tunupa, a orillas del río Vilcanota, llegamos a Ollantaytambo. Subimos como pudimos al templo del Sol, casi a 3000 msnm. Después de la bajada, recogimos nuestro pequeño maletín de una consigna y fuimos a la estación de ferrocarril, desde donde saldría nuestro tren a Aguas Calientes (Machu Picchu Pueblo).
Ciudadela del Machu Picchu, 24 de mayo
A las 7:00 teníamos la entrada para el santuario, así que media hora antes nos recogió en el hotel Valeria, nuestra guía, para acercarnos a la parada de las lanzaderas. Aunque había más de 5000 visitantes diariamente, en ningún momento se notaba masificación. Los minibuses subían en un rato a la ciudadela, y con los primeros rayos del sol se veían llegar por lo alto de la montaña Machu Picchu (que nunca sale en las fotos típicas, ya que está frente a la ciudadela) a quienes hacían el camino inca —39 km de ascenso en 4 días y 3 noches 😰—.
Valeria, a pesar de su juventud, tenía unos conocimientos muy completos del yacimiento y también conocía al dedillo los mejores encuadres. Y en la ciudadela el tiempo pasó volando. Ni remotamente se nos pasó por la cabeza subir al Huayna Picchu, por las escaleras de la muerte, así que volvimos al pueblo en la lanzadera y nos sentamos a tomar unas «cusqueñas» en el Mapi, donde teníamos la comida a partir de las 12:00. Después, dimos una vuelta por el pueblo y nos acercamos a la estación para coger el tren de vuelta. En Ollantaytambo cambiamos el tren por un microbús, que nos dejó en el centro de Cusco ya de noche. Maura, nuestra asistente en la ciudad nos llevó en coche al cercano Terra Andina, donde esta noche nos habían asignado una suite 😯.
De Cusco a Lima, 25 de mayo
Nos habíamos reservado una mañana extra en Cusco para ver algo que se nos hubiera pasado. Muy cerca del hotel, a 900 m, estaba el Cementerio de la Almudena, así nos acercamos para echar un vistazo. Lamentablemente, una señora de seguridad me dijo que no se podían hacer fotos, así que me conformé con unas pocas que ya había tomado para mi página de cementerios. Lo que sí encontramos en la plaza del cementerio fue una reunión de «comparzas» que se preparaban para alguna celebración.
De allí volvimos al centro, pasando por el mercado de San Pedro. Visitamos el Museo Histórico Regional, ubicado en la que fuera la casa del Inca Garcilaso, cuyos restos reposaban en la Catedral de Córdoba. A la salida del museo nos encontramos con una procesión de la abuelita Santa Ana; aunque iban a buen paso, me dio tiempo a tirar algunas fotos. Después descansamos un rato y nos comimos unos bocadillos en la plaza de San Francisco, antes de volver al hotel para que nos llevaran al aeropuerto.
El vuelo a Lima fue corto, y como era sábado, el tráfico estuvo muy fluido camino del Faraona. Aquella noche salimos por Miraflores, y en la plaza Kennedy cenamos unas causitas de lomo saltado y unos antojitos peruanos. La cerveza, floja para mi gusto, dio paso al Intipalka, tinto del país.
De Lima a casa, 26 y 27 de mayo
El domingo no madrugamos. Paseamos por la avenida Larco hasta un gran centro comercial, junto a la playa. Una playa de aguas muy frías todo el año debido a la corriente de Humboltd. Una ciudad construida en un desierto. Un clima ciertamente extraño. Buscamos una pollería para comer, y dimos con un Kiriko, donde nos pusieron un pollo excelente. Y de postre, a mejor despedida de lima y de Perú: un churro con dulce de leche 😋