Todo tiene un principio, así mi espíritu wanderlust —de apasionado por los viajes— empezó a fraguar muy pronto. En 1963 me llevaron una semana a la residencia de Navacerrada, con excursiones al Valle de los Caídos y a la Granja de San Ildefonso. El año siguiente estuvimos de veraneo en Torremolinos y aquella experiencia me encantó; de hecho, el Bajondillo me sigue atrayendo cada verano. Recuerdo en aquellos años 60 muchos viajes familiares a Madrid en el “600” de papá. Madrid me encantaba; mi abuela vivía a un paso del Retiro. Cuando no íbamos de museos, dábamos largos paseos o bajábamos a la Casa de Fieras a embobarnos mirando a los monos, los osos, la leonera…
Como todos los chiquillos de aquellos años, pasaba mucho tiempo jugando en la calle, en la avenida de Cádiz. Por la puerta de mi bloque pasaba la N-IV y aquello era un espectáculo permanente. Camiones con rótulos extraños y matrículas nunca vistas, turistas —que no entendíamos— que paraban en la gasolinera o en los bares, autobuses, caravanas y remolques, alguna vuelta ciclista… En aquel escenario se consolidó mi espíritu viajero; deseaba salir disparado hacia cualquier parte. En aquellos tiempos hacía mis primeros viajes internacionales por las amarillentas páginas de un atlas; en ellas dibujaba rutas imaginadas que algún día recorrería. Y poco a poco, fui dando escapadas cada vez más largas en el espacio y el tiempo: El Chorro, con Alcorce; Cádiz, Rota y Fuengirola, en plan familiar; Granada, con los amigos; repartiendo publicidad por media Andalucía y Extremadura, llegando hasta Lisboa… Y después vendrían las rutas mochileras.
Primeros viajes en autostop
Mis primeros viajes en autostop no fueron como esperaba; quería llegar lo más al norte posible. En julio del 77 tuve que ir solo porque a Gregorio no lo dejaron, en el último momento. Llegué hasta Barcelona, visité a la prima de una amiga, cambié 3000 pesetas y me puse a hacer dedo. No había manera, así que me fui a la estación de Francia y compré un billete hasta Toulouse. La ciudad me encantó, era verdad que pasando los Pirineos se respiraba otro aire. El año siguiente repetí el itinerario, pero para centrarme en Figueras y Collioure. Tuve la suerte de toparme al mismísimo Dalí ❤️ y pasada la frontera me recreé en la última residencia de Antonio Machado: el hotel Quintana y el cementerio de Collioure. Pero tuve que regresar pronto, los precios eran desorbitados para mi presupuesto: un refresco cuatro francos, muchísimo más caro que en España.
En 1980 empecé a trabajar y en el 81, Pilar y yo nos casamos. En los comienzos, solo hicimos algunas salidas: Lisboa, Gibraltar, Sierra Nevada con el colegio, El Torcal con unos amigos, Madrid con los primos y Zaragoza-Andorra… Nuestra etapa más viajera vendría unos años después.