Burdeos

Pasé una semana en Burdeos y sus alrededores en abril de 2024, en el viaje fin de curso de la Escuela Oficial de Idiomas, en la que estaba matriculado por segundo año. Aunque ya había visitado la ciudad en 2021, me encantó participar en la inmersión con este grupo de 18 personas. Volamos el día 16 de Málaga a Burdeos y allí, después de recoger las dos furgonetas y comprar algunos víveres, nos dirigimos al gîte —casa rural— que habíamos alquilado. Aunque estaba cerca del aeropuerto, el GPS nos metió por unos carriles impracticables, por lo que llegamos a la casa bien entrada la noche.

Burdeos, 17 de abril

Por la mañana nos desplazamos a Burdeos, donde teníamos una visita concertada. Marylène, una guía estupenda, nos llevó por lo más destacado de la ciudad. Vimos la catedral, el ayuntamiento, la casa donde murió Goya en 1828, el Gran Teatro, la Plaza del Parlamento, la Puerta Cailhau y terminamos en la Plaza de la Bolsa. Lamentablemente, el espejo de agua, una de las principales atracciones de la ciudad, no funcionaba debido a una avería provocada en las recientes movilizaciones de los agricultores.

Aproveché un rato libre para dar un salto a una tienda que había visto, en la que vendían placas esmaltadas, que siempre me han apasionado. Compré una de «Un RICARD à la marseillaise» que me recordaba al antiguo anuncio de «Mozo, ¡un Ricard!», que puedes ver haciendo clic aquí.

Comimos en un Brioche Dorée y paseamos por Quinconces —monumento a los Girondinos— y volvimos a buscar las furgonetas. Por el camino me llamó la atención un taller de costura, con una señora tan mayor como elegante. En la casa, algunos intrépidos nos dimos un baño en la piscina y una sesión de sauna, antes de ponernos a preparar la cena.

Arcachon, 18 de abril

El jueves hicimos una excursión a la Duna de Pilat y a Arcachon, una ciudad balneario adaptada a los tiempos modernos. A la duna, que es la más grande en Europa, se sube con cierta facilidad, gracias a una gran escalera. En lo alto, el viento, fresco y húmedo, competía con agradable sol de primavera. Apenas recorrí unos cientos de metros, hice unas cuantas fotos y volví al área de recepción para tomar un cafelito.

En Arcachon el clima cambiaba cada pocos minutos. Parte del grupo paseamos por la playa; mientras, buscábamos un sitio para comer algo típico: ostras y mejillones. Después, unos tomaron un barco para recorrer la costa y otros subimos a un trenecillo que nos llevó por la parte alta de la ciudad. En los alrededores del jardín morisco se sucedían los palacetes y casas señoriales de la burguesía de los siglos XIX y XX. Muchos de ellos estaban directamente inspirados en la Mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada.

Burdeos, 19 de abril

El segundo día en Burdeos teníamos entradas para Bassins de Lumières, un espectáculo audiovisual que se desarrollaba en la antigua base de submarinos de Burdeos, el centro de arte digital más grande del mundo. Fue una maravillosa de realización que mezclaba músicas y proyecciones de obras de arte en un espacio singular, sombrío vestigio de la Segunda Guerra Mundial, con 4 salas de 110 m de largo, 12 000 m² de superficie de proyección y 90 videoproyectores.

Después nos dispersamos. Yo compré un bonobús —TBM— para ir al barrio de San Miguel. Quería rebuscar en el mercado de pulgas, pero cuando llegué ya lo habían desmontado. Seguí hasta la gran campana y volví al Gran Teatro donde habíamos quedado. Por la tarde, caminé hasta el embarcadero de Leningrad, al otro lado del Garona, para enterarme de los horarios del BAT3. Finalmente, cuando llegó el resto del grupo, hicimos la foto oficial del viaje en el León de Veilhan y nos embarcamos. Primero llegamos a la Plaza de la Bolsa, y unos minutos más tarde tomamos otro catamarán hasta la Ciudad del Vino, ya cerca de Le Petit Théatre. La función de las fábulas a cargo de Jérôme Sanson fue magistral, en un entorno mágico: una antigua bodega adaptada con solo 40 localidades.

Saint-Émilion, 20 de abril (mañana)

Ese día hicimos una excursión a Saint-Émilion, una de las zonas vinícolas que producen los mejores tintos de Burdeos. Recorrimos la coqueta localidad y entramos en Les Cordeliers, un antiguo monasterio reconvertido en tienda, con unas inmensas bodegas subterráneas. Después de la degustación comimos unos bocadillos en un atrio y seguimos con la visita de la iglesia monolítica excavada en la roca; no estaba permitido hacer fotos 😢, aunque alguna se me escapó.

Libourne y Castelmoron, 20 de abril (tarde)

A primera hora de la tarde dimos una vuelta por el centro de Libourne, animada ciudad a orillas del Dordoña. Visitamos después la bodega de Alain Despagne, quien nos explicó con pasión todo el proceso que seguían los excelentes vinos que producía. A la caída de la tarde paramos un rato en Castelmoron d’Albret, el pueblo más pequeño —y coqueto— de Francia con solo 3,54 hectáreas y 53 habitantes.

Lalande de Pomerol, 21 de abril

El domingo fue sin duda el día más tranquilo. Por la mañana, después de buscar un supermercado abierto, visitamos dos bodegas, el Gran Ormeau —con magníficos vinos pero poco acogedora— y el Castillo de Capuchinos. En esta última, Philippe Carretero, descendiente de españoles y que hablaba un buen castellano, se volcó con nosotros en atenciones. Bebiendo y comiendo entre cosechadoras llegó la hora de volver a la casa. Aquella tarde tuvimos bastante tiempo de relax y acabamos el día con una barbacoa espectacular.

La Rochelle, 22 de abril (mañana)

La traca final de este viaje fue la excursión que hicimos el lunes a La Rochelle y la Isla de Ré. En La Rochelle paseamos por el muelle Duperré y el paseo de las Damas. También visitamos el ayuntamiento y la catedral, antes de partir a nuestro destino final.

Isla de Ré, 22 de abril (tarde)

Pasando por un puente llegamos a esta isla y nos detuvimos en San Martín, para dar una vuelta y comer algo. Después seguimos hasta La Flotte, la mayor y más poblada ciudad de la Isla de Ré. Paseamos un buen rato, tranquilamente, disfrutando del ambiente marinero y vacacional, hasta que llegó la hora de volver; nos esperaban 200 km hasta nuestro alojamiento. Aquella noche, tras la cena, dimos un paseo por los alrededores de la casa, bajo una luna casi llena.

Vuelta a Córdoba, 23 de abril

Después de recoger la casa, y de pesar y repesar las maletas, volvimos a dar una vuelta por el entorno. Comimos temprano y salimos para el aeropuerto. Dos horas de vuelo y otras dos de autobús nos devolvieron a Córdoba ya de noche.

Aunque en mis años de docente he organizado muchos, este ha sido mi primer viaje fin de curso como alumno, y me ha encantado. Mis agradecimientos a Farizha, nuestra profesora, por su excelente gestión y su entrega, y a las personas que compartimos esta experiencia, que en todo momento colaboraron con el éxito del viaje.

El siguiente viaje: Perú

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