Italia en 2022

Hemos vuelto a Italia en 2022; esta vez no ha sido en un circuito organizado, como en 1988 o 2005, sino en nuestro coche, totalmente a nuestro aire. Este es el relato de nuestra kilométrica aventura por Cinque Terre y parte de Toscana.

20 de mayo, de Córdoba a Collioure

Al principio planeamos hacer este viaje en avión, tren y coche de alquiler, pero al final, por distintas razones, lo realizamos en nuestro Ecosport. El viernes 20 salimos con las primeras luces de Córdoba; doce horas después estábamos en Collioure, donde vivió sus últimos días y está enterrado el poeta Antonio Machado. Ya había estado allí en mi segunda escapada mochilera, en el verano de 1978.

Después de alojarnos en el Princes de Catalogne, salimos a dar una vuelta. A unos metros, el cementerio y la Casa Quintana, donde vivió Machado. La tumba del poeta estaba casi tapada por ofrendas de todo tipo que, para mi gusto, estaban de más. El hotelito, muy cambiado y convertido en centro cultural, no parecía tener actividad. Antes de recogernos nos asomamos al puerto; allí seguía el Bar de la Marine. En 1978 me tomé allí un refresco que me costó 4 francos (de cuando el franco valía 12 pesetas, ¡un dineral!) y cuyo ticket hacía de marcapáginas en las Poesías Completas de Machado, la biblia de mi juventud.

21 de mayo, en ruta a La Spezia

Otra buena tirada. Como el día clareaba muy temprano, a las 7 estábamos desayunados y en ruta. Deslumbrante la luz del Midi al pasar por Arlés. La Camarga, con sus arrozales, parecía un paisaje del sudeste asiático. Entramos en Italia, atravesando los mil túneles y viaductos de la Riviera de las Flores, la enorme Génova y por fin llegamos a La Spezia. Teníamos reservada una sencilla affittacamere junto a la estación y después de descargar las maletas dimos una vuelta con el coche buscando aparcamiento gratuito; lo dejamos para los dos días junto a unos contenedores videovigilados.

Domingo, 22. El Parque de Cinque Terre

A primera hora nos fuimos a la estación de La Spezia para comprar la Cinque Terre Card. Compramos la de un día, 18 €, que rentabilizamos ya que cada trayecto de tren costaba 5 € y los aseos, 1 €. No recorrimos ningún sendero, ya que muchos estaban cerrados por desprendimientos y otros tenían unos desniveles inasumibles. Los trenes regionales pasaban cada pocos minutos, así que sobre las 9 llegamos al más lejano de los cinco pueblos, Monterosso.

Monterosso al Mare

Era el lugar más turístico del parque, con buenas infraestructuras y hoteles. Dimos un largo paseo por la zona llana y volvimos a la estación para ir al siguiente pueblo, Vernazza, que se veía a lo lejos, mucho más interesante.

Vernazza

Un pueblo muy interesante y colorido. Abierto al mar con una playita y un embarcadero. Aquí había más grupos de turistas —se notaba que era domingo—. Le dimos varias vueltas, nos hicimos la foto en el puerto, y seguimos camino hacia el tercero de los pueblos, Corniglia.

Corniglia

No estaba frente al mar, sino encaramado en un risco. Había un microbús que subía al pueblo, pero la cola era tremenda. De la estación a la cima había una «cómoda» escalera; al final, una farmacia, por si acaso ?, y bastantes desfibriladores por todo el parque. Desde allí se divisaba estupendamente el siguiente pueblo, Manarola.

Manarola

Para mi gusto, junto con Vernazza, fue el pueblo más interesante. De la estación al pueblo se pasaba por un corto túnel; después tuvimos que bajar unas escaleras hasta la calle principal que terminaba en un pequeño acantilado. Era más de la una; todos los bares y terrazas estaban hasta la bandera, así que paramos en una focaccería para comprar algo típico y unas cervezas. Comimos en un poyete, viendo como unos bañistas se lanzaban al mar desde las rocas. Después trepamos un rato por el camino costero para hacernos la foto de rigor y volvimos sobre nuestros pasos. Cogimos un microbús, creyendo que nos subiría a una iglesia encaramada en un cerro, pero nos llevó a otro pueblo, Volastra. De vuelta a Manarola, vimos la iglesia de San Lorenzo y seguimos hasta a la estación. Los trenes regionales circulaban cada 5 o 10 minutos, pero una avería los tuvo sin servicio más de una hora.

Riomaggiore

Sobre las cuatro y media llegamos derrotados —tanto por el calor sofocante como por la espera— a Riomaggiore, el quinto y último pueblo. Al salir de la estación no estábamos para muchas cuestas, así que fuimos directamente al centro. Echamos un vistazo rápido, subí unas escaleras para ver la iglesia de San Giovanni Battista, compramos fruta y un tinto de Levanto y volvimos a nuestro alojamiento.

23 de mayo en La Spezia

En el programa inicial teníamos dos días para ver y recorrer las Cinque Terre, pero a pesar de las esperas y las bullas, nos bastó con el domingo. El lunes lo dedicamos a pasear tranquilamente por La Spezia, segunda ciudad de Liguria. Bajamos por la Vía del Prione hasta el puerto deportivo, seguimos hasta la terminal de cruceros, frente a la cual estaba la moderna catedral de Cristo Re. Fuimos después al mercado, que era al aire libre y se montaba y desmontaba a diario; también nos acercamos a la iglesia de Nostra Signora della Neve, en la que se celebraba un funeral. Cominos en un bar de la plaza Garibaldi y regresamos a nuestro piso, a unos metros de la estación.

23 de mayo (noche), vuelta a Manarola

El domingo no estábamos para salidas nocturnas, pero el lunes, mucho más relajado, nos acercamos a Manarola al anochecer, para ver el ambiente y tomarnos un helado ?

Toscana, 24 de mayo

Lucca

Al poco de salir de La Spezia estábamos en Carrara, con sus famosas canteras bordeando la autopista. Antes de las 9 aparcamos en la estación de Lucca y buscamos algún hueco por el que franquear la muralla medieval. Tenía mucho interés por visitar esta ciudad; a mi sobrina Laura le encanta y tengo un sobrino nieto que se llama Lucca. La ciudad es una joya, la mires por donde la mires. Como la catedral estaba cerrada fuimos recorriendo calles y plazas del centro histórico. A las 10 abrieron la torre Guinigi, y subí el primero; las encinas en la azotea eran un detalle sorprendente y único, las vistas, impresionantes. Luego compramos unas camisetas y visitamos la Catedral de San Martín; después volvimos al coche y seguimos camino…

Pistoya

La siguiente parada fue en Pistoya, donde nos encontramos cerradas la iglesia de San Andrés y la catedral. Dimos una vuelta por la plaza, y comimos algo rápido en el Caffe’ Duomo. Me encantó el letrero que tenían en el servicio de caballeros. Después de las risas, seguimos la ruta.

Media hora después, en camino hacia Greve in Chianti, pasamos por la puerta de Cementerio Americano de Florencia. Aunque no lo tenía previsto, paramos unos minutos e hice un pequeño reportaje que está en mi página de cementerios.

Montefioralle

Poco después llegamos a Greve in Chianti y ascendimos por una estrecha carretera a su aldea más famosa, Montefioralle. Había un castillo y una original calle circular con varias decenas de casas de piedra, en una de las cuales nació supuestamente Américo Vespucio. Dimos la vuelta en pocos minutos y seguimos hacia nuestro destino.

San Gimignano

A media tarde llegamos al Manhattan de la Toscana, un pueblo que conserva 14 de las 72 torres medievales que llegó a tener. El GPS nos llevó por la zona peatonal hasta una casa de piedra en pleno centro donde teníamos reservada una habitación. Dejamos las maletas y salimos a aparcar el coche extramuros. De vuelta a «la casa de los poderosos» —que así se llamaba nuestro alojamiento— descubrimos por qué este era uno de los pueblos más turísticos y visitados de Italia. Nos acostamos temprano; desde la ventana veía una de las impresionantes torres que nos habían atraído hasta aquí.

Toscana, 25 de mayo

Según el programa previsto, era el día más intenso; como se esperaban altas temperaturas, acortamos el recorrido, eliminando Cortona, la localidad más distante —cercana ya a Arezzo—. Poco después de amanecer, caminamos al aparcamiento; San Gimignano estaba precioso con las primeras luces y casi sin turistas.

Montepulciano

Recorrimos unos 100 km en hora y media; el paisaje de Toscana era sobrecogedor: viñedos y cereales —en mil tonalidades de verde— salteados por hileras o bosquecillos de cipreses; de vez en cuando algún torreón, bodega o vivienda. Llegados a Montepulciano aparcamos y subimos hasta la plaza. Allí coincidimos con el Tuscany Tour, un circuito de clásicos Jaguar.

Pienza

La siguiente parada en el valle d’Orcia fue Pienza, localidad con unos 2000 habitantes , donde nació el papa Pío II. Vimos edificios muy bonitos que databan del s. XV, entre ellos la Catedral de la Asunción.

Montalcino

A la una llegamos a Montalcino, atraídos por su perfil y sus vinos, que no nos defraudaron —tampoco la cerveza Menabrea que degustamos—. Comimos en La Sosta, una vinoteca; tardaron mucho en servirnos, tanto, que nos regalaron las cervezas y un delicioso paté de higaditos. El pici con atún y las verduritas al horno estuvieron deliciosas. Una vez restaurados, pateamos el pueblo, que se preparaba para una ruta ciclista y volvimos a la carretera.

Monteriggioni

Fue la última parada en la ruta. El pueblecito era apenas un recinto amurallado que formaba parte de la Vía Francígena, una ruta medieval de peregrinos entre Canterbury y Roma (1700 km).

San Gimignano

Sobre las seis llegamos a la Casa de’ Potenti. Cuando empezó a oscurecer, salimos a ver las torres. Primero fuimos al castillo y después paseamos por las calles y las cuatro plazas que había en el pueblo, hasta que se hizo de noche.

26 de mayo, de vuelta a casa

Antes de las 7 dejamos nuestra habitación y llevamos las maletas al coche. Nos quedaban más de 2000 km para llegar a casa; el regreso estaba dividido en tres etapas, algo más cortas que las del viaje de ida.

Volterra

Era el último pueblo a visitar. Y lo dejamos para esta jornada porque estaba en el camino de retorno y a un paso de la autopista. Antes de las 8 llegamos a la Plaza de los Priores. Todo estaba cerrado y la ciudad se despertaba lentamente. Pudimos hacer unas fotos, tomar un café y compramos pan para hacernos unos bocatas con los loncheados que quedaban en el fondo de la maleta.

Marsella

No elegimos este fin de etapa por azar. Podíamos habernos quedado en Niza —donde ya estuvimos de paso en 1988— o en Arlés —siguiendo los pasos de Van Gogh—, pero escogimos Marsella porque allí, durante parte de la Guerra Civil, estuvieron refugiados mi suegra (Pilar Labourdette) y su familia.

Llegamos sobre las 6 de la tarde; habíamos reservado un apartamento en el Vieux Port. Este barrio fue una zona portuaria pero se ha convertido en puerto deportivo y área peatonal de esparcimiento. Salimos a dar un paseo y había mucha animación, ya que era el día de la Ascensión, festivo en toda Francia. Pilar me habló de una foto del álbum familiar, en Marsella, en la que salía «una iglesia». Busqué en la nube de mi móvil y encontré la foto. ¿Cuál sería aquella iglesia? Nada más levantar la vista, la encontramos. Fue un momento muy especial ❤️

27 de mayo, de Marsella a Peñíscola

Antes de dejar de Marsella nos acercamos a Notre-Dame de la Garde. Dimos varias vueltas por el cerro que corona la basílica, pero no conseguimos llegar al lugar desde el que se tomó la foto. Hice algunas panorámicas de Marsella y comenzamos la siguiente etapa, hasta Peñíscola.

Peñíscola

A media tarde llegamos a Peñíscola, al hotelito de playa que habíamos reservado. Solo dimos un largo paseo de ida y vuelta hasta el castillo del papa Luna.

El viernes 29 de mayo, a las 7, nos hicimos la última foto de este viaje junto al letrero de Peñíscola. Siete horas después, llegamos a casa.

El siguiente viaje: Portimão

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