Fuerteventura

Ya estuvimos en Fuerteventura en 1996, durante nuestro viaje por Lanzarote. Aquella vez fue solo una escapada de varias horas que entonces describí así: «Embarcamos en el ferry que va de Playa Blanca a Corralejo y allí alquilamos otro coche. Las playas de la isla del viento eran infinitas y las dunas espectaculares, sin duda es un lugar para regresar con más tiempo».

Pasaron los años, hasta que un día vi la película «La isla del viento» (basada en el destierro de Unamuno en Fuerteventura, en 1924) y se reactivó mi deseo de volver a aquel lugar. Este es el diario de los cuatro días que pasamos en Fuerteventura, en abril de 2022.

Otra vez Corralejo

El miércoles 6 por la tarde volamos desde Sevilla. Llegamos a la isla ya de noche, recogimos un coche y fuimos al bungaló que habíamos alquilado en la Caleta del Fuste, una urbanización a pocos kilómetros del aeropuerto.

Por la mañana nos dirigimos al norte, otra vez a Corralejo. Nada que ver con el desierto que vimos hace 25 años, cuando se circulaba por una pista y apenas había algunas sombrillas —cuyo cobrador, recuerdo, iba de una a otra en Mehari—. En el arcén de la estupenda carretera, cientos de coches aparcados. En la playa y las dunas, unos tomaban el sol, otros hacían windsurf y los más, caminábamos de un lado para otro, alucinados con la belleza del parque. Después seguimos hacia el norte, dejamos atrás Corralejo y por una pista polvorienta llegamos a la playa del mejillón, llena de rodolitos. Hecha la foto de rigor, seguimos hasta Majanicho, pero no había ni un solo sitio donde comer. De vuelta a las dunas, improvisamos un picnic y seguimos hasta el apartamento. Después de tomar el sol y descansar un rato, nos acercamos a Puerto del Rosario (antiguamente Puerto de Cabras) donde paseamos por el centro y el puerto; allí vimos zarpar un crucero descomunal.

De Puerto del Rosario a Antigua

Como el jueves no pudimos visitar ni la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, ni la casa museo de Unamuno, el viernes a primera hora volvimos a Puerto del Rosario. Después seguimos hasta Antigua, donde visitamos el Museo del Queso. Antes de llegar a Betancuria, también hice unas fotos en el Morro Velosa, un mirador impresionante, con un edificio de César Manrique que estaba cerrado 🙁

Betancuria

Antigua capital de la isla, y para mi gusto, la localidad más cuidada e interesante. Estuvimos en la iglesia de la Inmaculada, que era también Museo Diocesano, y en el Museo Arqueológico. Después, comimos estupendamente en el restaurante Valtarajal; José Luis y Maite nos deleitaron con sus quesos majoreros, papas con mojo, estofado de cabra y de remate una tarta de queso inolvidable. Por la tarde seguimos hacia el sur, pasando por el mirador de Las Peñitas hasta Pájara, que a esa hora estaba adormecida. Por último nos detuvimos en el puerto del Gran Tarajal, donde estaba hecho monumento el esqueleto de un imponente zifio.

Entre Morro Jable y Cofete

El sábado bajamos al sur de la isla. Cerca de nuestro bungaló, paramos un momento en las salinas del Carmen, que continúan en funcionamiento y vimos desde lejos otro esqueleto de cetáceo enorme. Morro Jable estaba a unos 75 km, con buena carretera. Playas espectaculares y multitud de hoteles, además de tiendas muy exclusivas… En su colorido camposanto —con palmeras en lugar de cipreses— hice unas fotos para mi página de cementerios. Después seguimos camino hacia Cofete, por un camino infernal. Desde la Degollada de Cofete, sin duda el mejor mirador de Fuerteventura, se dominaban las playas hacia las que íbamos. El pueblo, por llamarlo de alguna forma, no tenía más que una docena de casas, una plaza, una capilla y un restaurante, en el que nos comimos un filete de medregal (como el pez de limón) excelente. Después fuimos a la casa de los Winter, rodeada de leyendas y al desolador cementerio, en el que había enterradas muchas personas «desconocidas» o «sin nombre». Regresamos a nuestra urbanización, dejando atrás la punta de Jandía; el resto de tarde fue de piscina y controlando con Flightradar 24 los aviones que descendían hacia el cercano aeropuerto.

Domingo, de Tindaya a Cotillo

Como el día que subimos al norte nos dejamos varios pueblos importantes sin ver, este domingo volvimos a la zona. Empezamos por Tindaya, que es pueblo y montaña de interés histórico y arqueológico. Seguimos en La Oliva, su parroquia, la Casa de los Coroneles (cerrada por obras) y la Cilla, antiguo almacén de diezmos. Antes de llegar a la costa, paramos en Lajares para ver sus molinos.

Cotillo es una sinfonía en blanco, azul y verde; un pueblo que mantiene su estilo a pesar del empuje del turismo. Dimos varias vueltas y encontramos junto al CEIP «El Tostón» —¡qué nombre para un colegio!— el restaurante Santa Ana, de comida casera y muy buena (sardinillas, revueltos, chipirones y un mousse de gofio que quitaba el sentido). Volvimos al bungaló atravesando las dunas; había viento para las cometas, pero pocas olas para los surfistas.

Vuelta a casa

El lunes, antes de amanecer, ya estábamos en el aeropuerto; devolvimos el coche y esperamos la hora del embarque tomando un café. La última imagen, hecha desde el avión, fue de las dunas de Corralejo que pudimos ver durante unos instantes.

El siguiente viaje: Italia en 2022

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